Jueves Santo
Jn 31-15: Luego puso agua en un lebrillo y comenzó a lavar los pies de los discípulos
Jean Vernier califica al lavado de los pies como el sacramento perdido. Es muy simbólico y por esta razón ha llegado a ser realizado por el propio Papa o por sacerdotes en el altar con un grupo de personas. Aquí, en la isla de Bere, lo llevamos a la práctica de una forma ligeramente distinta, tal y como nos enseñó Jean hace años. Todas las personas en la iglesia de la isla, incluyendo los isleños y los que asisten al retiro, son invitadas a formar pequeños círculos y, uno tras otro, se lavan los pies los unos a los otros. Cuando los pies de cada uno o una han sido lavados y secados, el o ella reza una oración por la persona que ha llevado a cabo este delicado e íntimo acto.
Muchas personas en la iglesia, como Pedro, resueltamente no desean que sus pies sean lavados. Probablemente les avergüence y o les preocupe que alargue innecesariamente el servicio religioso. Aunque tengo poco éxito en convencerles de lo contrario, mantengo viva la esperanza año tras año.
Tenemos a los que lavan, a los que son lavados, y a los que no quieren ni lavar ni ser lavados y solamente observan. Nuestra cultura es la de los observadores. Nos hemos acostumbrado a ver programas en TV sobre la naturaleza y asombrarnos de las maravillas del mundo desde la seguridad de nuestros sillones. Podemos parar el programa en cualquier momento e ir a hacernos un té. Regresamos, le damos a otro botón, y el mundo vuelve a actuar para nosotros. Nos parecemos a un emperador antiguo siendo entretenido. Así, acabamos siendo espectadores y consumidores pero no siendo exploradores, personas que se mojan los pies andando sobre terrenos encharcados.
Hoy comenzamos los tres días que culminan en el evento cuya luz nos baña pero que no podemos llegar a entender y que ni siquiera llegaremos a ver a menos que seamos partícipes.
Estos días sólo pueden ser penetrados como una transformación a través de la puerta de la fé. Y no me refiero a tener que creerse todo lo que se dice. En nuestros tiempos, las creencias vienen después. La fe se refiere a estar abiertos, a ser reverentes, y a estar y permanecer ahí. Entonces, en un preciso momento, despierta el sentido de transcendencia, todo acaba encajando, y las creencias llegan a ser relevantes.
Pero, en verdad, no podemos quedarnos ahí, como meros espectadores, como consumidores, o como parte de la audiencia. No podremos tocar la realidad a menos que permitamos que ella nos toque y que nos lave. Es esta participación la que convierte a la oscuridad en luz y abre el portal de la gracia.
Como decía nuestro amigo Sufi, Cuando el sol se haya levantado,¿ dónde pues queda la noche? Cuando llega el ejército de la gracia, ¿dónde queda la aflicción?
Laurence Freeman OSB
Traducción John Siska