3er. Domingo de Adviento, 13 de diciembre 2015

No hay nada más maravilloso que ver a un niño esperar algo con la absoluta convicción de que va a recibir el más fantástico regalo.  El evangelio de hoy dice, suavemente, que “el pueblo estaba a la expectativa” cuando oyeron las buenas noticias de boca de Juan el Bautista. Sigue leyendo.


Su verdad les animó a atreverse a esperar. Vemos lo mismo en las campañas presidenciales cuando mesías de poco calado  emergen en las campañas electorales hasta que las elevadas esperanzas que acaban generando en los ciudadanos acaban una vez más con una gran desilusión. Tampoco hay nada más triste que ver a quien se atrevió a tener una esperanza que después llegó a explotar, dejándole con los fragmentos de una fantasía que alimentan ahora su cinismo y desesperación.

Las buenas noticias que movilizaron las expectativas del pueblo y lo preparó para el gran pero turbador reto que llegó a representar Jesús son de hecho muy obvias. La gente le preguntó a Juan  - el profeta del momento – “¿Qué debemos hacer entonces?” Es una pregunta maravillosa que nunca está alejada de nuestras mentes. Su respuesta, sin embargo, fue práctica y sensata, con los pies en el suelo – justo como deseamos estar después de habernos encontrado perdidos en el exilio de la fantasía: sed generosos con los menos afortunados, honestos con los que tratáis, sed amables, y estad satisfechos con lo que tenéis si es suficiente.

¿Por qué este mensaje sonó tan auténtico, entonces como ahora, y despertó tanta esperanza?

Porque revela el auténtico lugar para la esperanza así como su auténtica naturaleza. De la misma forma que en la Cuaresma buscamos una dosis sana de ascetismo, en el Adviento nos atrevemos a tener esperanza de una forma realista. Tenemos que hacer estallar muchas burbujas de ilusiones antes de poder llegar a ver lo que significa realmente la esperanza. Para el meditador, el mantra es la herramienta que hace estallar estas burbujas y que ilustra por qué la consciencia contemplativa es la vía rápida al valor de la esperanza en nuestra gran civilización humana.

La maldición del terrorismo atentando contra los inocentes en sus lugares de trabajo u ocio es similar al terrorismo interiorizado de la explotación social y la corrupción económica; ambos destrozan la esperanza y la reemplazan con miedo y cólera. Las buenas noticias son que, en verdad, hay algo que esperar que no desilusionará. Nos llega desde el presente distante. Cuando llegue, o según nos vayamos haciendo presentes a él, podemos incluso no reconocerlo porque parece tan ordinario y común. Pero sabemos qué es lo que anhelamos porque nos va cambiando aún cuando tardemos en entender gradualmente qué es y qué significa.

Si la Cuaresma es sobre el autocontrol, el Adviento es sobre la paciencia.  Y ambos son mucho más alegres y positivos de lo que puedan parecer. Tanto el niño anhelando sus regalos de Navidad como el adulto anhelando por el regalo que es la Navidad ponen en práctica el valor  y coraje de la esperanza así como la fidelidad de la espera. 

Traducción: John Siska

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