Viernes de la primera semana de Cuaresma, 19 de febrero 2016
Algunas veces, no a menudo, en un estado de semi sueño, uno puede ver la respuesta a todo. Viene sorpresivamente, pero principalmente lo que uno ve es lo simple y obvio que era.
Es un descubrimiento difícil de alcanzar, pero trae un abrumador sentido de paz y de alivio definitivo. Todo el complejo caos del mundo con sus enfrentadas dimensiones de tiempo, de perspectivas objetivas y subjetivas, de miedo y esperanza, deseo y pobreza, lo imaginario y lo tangible, todo esto se desliza gentilmente en una amorosa y fácil armonía. La lucha sin fin para ordenar las cosas se termina sin ninguna lucha. El barco de la búsqueda del yo ha encontrado su bahía mientras todavía está navegando en alta mar.
El problema es recordar lo que uno vio. Más grande aún es el problema de conceptualizarlo o imaginarlo. La memoria funciona con ideas o imágenes que de alguna manera imperfecta, coagula el flujo de la conciencia. Pero la visión en sí misma es puro flujo. La verdad sangra. “Uno no puede decir aquí está o allá está”, como Jesús dijo del Reino. Así que uno se queda con una breve pero vívida remembranza de la experiencia que satisface el anhelo del corazón. Cuanto más tratamos de recapturarla, más retrocede hacia el horizonte y eventualmente desaparece. Pronto uno duda de si sucedió realmente.
Jonathan Keats, el poeta romántico que murió a los 25 años y de quien se afirma es el escritor inglés más parecido a Shakespeare, escribió en su oda “Cuando temo que pueda dejar de existir” de su miedo de fracasar en su intento de alcanzar la grandeza. Viendo a la muerte acercarse antes que sus capacidades llegaran a su esplendor, pasó a través de un pavor al fracaso a una gran libertad en esos márgenes donde se encuentra la libertad libre de la ambición y el deseo: “entonces a la orilla del ancho mundo me quedo solo y pienso, hasta que ‘amor’ y ‘fama’ se hundan en la nada”.
Si, durante la cuaresma, pudiéramos hacer un poco de lo que cada sabiduría espiritual nos aconseja y verdaderamente sentimos nuestra mortalidad, podríamos llegar a esta costa del ancho mundo. Entonces recobraríamos sin esfuerzo los descubrimientos sanadores que caen en el regazo de aquellos que no tratan de atraparlos.
Traducción: Javier Cosp Fontclara