Segundo lunes de cuaresma, 22 de febrero 2016

Estuve hace poco en la Isla Bere por unos días, sólo. El clima estuvo glorioso. Como no rezamos el Gloria en la misa durante la cuaresma, el clima lo hizo. La luz del sol y la súbita aparición del color y los aromas previos a la primavera, algunos narcisos tempraneros, vientos suaves, mares en calma y maravillosos y continuos cambios en los contrastes.


Era difícil de creer que las tormentas habían estado golpeando la costa durante dos semanas antes de moverse hacia el resto de Europa. O que hay gente aquí de luto mirando dolorosamente una silla vacía, viviendo la ausencia de la persona que fue su pareja por más de 30 años.

Por un lado tienes que aceptar el clima glorioso y respirarlo y salir y caminar; sin embargo, independientemente del tiempo que dure, te despides de ello cuando la lluvia regresa mañana. Siempre sabemos cuánto tiempo durará. Quizás sea más fácil permanecer en el momento y estar plenamente despiertos si no nos fijamos en los pronósticos del tiempo. Por otro lado, tienes que dejar ir a los compañeros sentimentales, encarar el futuro sin ellos y aún así crecer en la creciente sensación de su presencia. En ambos lados, es desapego y un redescubrimiento de los talentos de las cosas, el flujo de la realidad que no podemos congelar y descongelar como quisiéramos.

Lugares simples como la Isla Bere –espero que usted tenga el suyo y no sólo esté diciendo a los demás que lo tengan– no son escapes de la realidad. Son profundos, plenamente humanos y maneras elementales de vivir en el presente, pero con un sentido de la gloria de la vida que lo abarca todo. En esa conciencia, ningún clima es malo. Pero cuando es malo y piensas “como puede la gente soportar esto”, tu sabes la respuesta.

Me dijeron que el grupo de meditación que se reúne aquí cada semana, con lluvia o con sol, ahora tiene algunos niños que asisten. Que la cuaresma sea un tiempo así para ti.

Traducción: Javier Cosp Fontclara

Categorías: