Segundo martes de cuaresma, 23 de febrero 2016

No hay nada más intimidante o esperanzador que una página en blanco.


Quizás esto sea lo que al mismo tiempo nos da temor y nos atrae en la meditación. Las palabras “en blanco” y “vacío”, como la palabra “pobre” son engañosamente negativas porque no logran capturar su más importante cualidad de potencial. ¿Es el vacío una carencia o ausencia, o el espacio en el que una nueva plenitud puede emerger una vez que entremos y lo recibamos con los brazos abiertos? ¿El vacío significa la nada, la desteñida imagen que queda en la pantalla una vez que has borrado todo? ¿O significa la oportunidad para un contenido nuevo y más valioso?

Como formamos parte de una cultura de consumo y exceso de consumo, y usamos adictivamente más de lo que necesitamos, estas aparentemente demasiado sutiles ideas de potencial y oportunidad no logran atrapar nuestra imaginación. Nos sentimos más satisfechos con la página llena o, preferiblemente, con un documento de múltiples páginas, llenas de ilustraciones, terminología especializada, viñetas, palabras como “cautivadora”, “sustentable”, “apasionante”, “innovador”. Sabemos que significan muy poco pero nos aseguran que por lo menos han llenado el vacío y cubierto la nieve virginal con muchas huellas de zapatos.

La meditación intriga a la gente profesional que está atrapada en sistemas de trabajo que están cada vez más caracterizados por un excesivo patrón de comunicación.  Sus altos niveles de stress a menudo los llevan a sentirse atrapados en un laberinto de actividad, enfrentando reuniones, revisiones, reportes, viajes, y poco tiempo para la verdadera reflexión o para implementar realmente lo que “ha sido decidido”. Al principio luchan por encontrar tiempo para la meditación, pero algunos descubren la verdad esencial que el tiempo dedicado a la meditación aumenta la cantidad de tiempo en la vida diaria.  Esto es absurdo para la gente de mente estresada pero una dulce y liberadora verdad para aquellos que lo han saboreado.

Nuestros dos tipos de prácticas de cuaresma: lo que renunciamos y lo que hacemos extra, pueden proveernos la tan necesitada ruta de escape de la compulsividad a la libertad. Pero demanda un poco de fuerza de voluntad. Así como el ejercicio requiere un poco de sudor y algunos dolores musculares al principio.

Hace poco estuve hablando con el joven hijo de una familia no religiosa. Él va a una escuela religiosa y está atraído hacia los rituales e incluso a la disciplina de cuaresma. Imitando a sus compañeros a decidido dejar el chocolate. A la hora del té, cuando fui a visitarlo, su madre le ofreció un sándwich untado en chocolate que comprensiblemente no pudo rechazar. No tuve intención de hacerle sentir culpable acerca de esto, pero sentí que se perdió la oportunidad de ayudarle a desarrollar una capacidad esencial para la vida: el auto control y abstención.

Todos encontramos excusas. No para meditar.  Para escribir un documento más largo para esconder lo poco claro que somos acerca del qué hacer. Para dejar de darnos por vencidos. Para posponer ese extra que queríamos hacer. La única manera de cambiar –y para nuestro beneficio- es “arrepentirnos”, lo que significa evitar la culpa y empezar otra vez desde el principio.

 

Traducción: Javier Cosp Fontclara

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