Segundo viernes de cuaresma, 26 de febrero 2016
Juan el solitario – el famoso – dijo que hay niveles de silencio. Nuestra propia práctica diaria de meditación nos los irá revelando gradualmente. No ayuda imaginarlos o anticiparlos, pero el pequeño boceto que él nos da puede ser útil y ayudarnos a perseverar cuando nos sentimos desanimados o cuando quedamos atascados. Siempre es bueno que le recuerden a uno que aún hay algo más por delante.
El primer tipo de silencio es el de la lengua. El apóstol Santiago señala esto cuando urge a sus compañeros, los primeros cristianos, que cuiden su lenguaje. La lengua es como un timón dice, pequeña pero con una gran influencia sobre la dirección a la que vamos. Es obvio que debemos controlar nuestro lenguaje cuando sentimos que decimos algo violento, hiriente o malicioso, ya sea si es directamente o escondido en un chiste. Es difícil porque nos gustaría sacar nuestros sentimientos de enojo de nuestro pecho. Pero las palabras dichas con enojo y con la intención de herir (“porque esa persona se lo merece”) caen en la misma trampa que toda violencia: nunca alcanza lo que promete y siempre hace que empeoren las cosas.
Sin embargo hay otro tipo de control de la lengua. La mayoría de nuestras afirmaciones son distraídas, no quieren decir lo que dicen en realidad, a menudo, su principal intención es llenar la turbación del silencio y usualmente son bastante triviales. No digo que deberíamos estar siempre hablando acerca de realidades sublimes, pero deberíamos siempre tratar de comunicar algo útil, significativo o real. El parloteo vacío es el equivalente verbal a la promiscuidad. Controlar la lengua, saber cuándo empezar a hablar y cuando parar es como ser casto.
Cuando nos sentamos a meditar, el primer y obvio paso es dejar de hablar, ni siquiera mover los labios o la lengua mientras decimos el mantra. Con los niños a veces decimos el mantra en voz alta unas cuantas veces en volumen decreciente, y ellos pronto descubren que pueden ir directo a recitarlo interiormente y silenciosamente. Esto es un gran alivio porque a menudo no nos damos cuenta lo indisciplinada y superficial que puede ser nuestra manera de hablar, cuán a menudo serpenteamos hacia el chisme. Descansar la lengua libera a la mente para que empiece a moverse hacia el corazón.
Pero primero tenemos que lidiar con lo que está perturbando el otro nivel donde el silencio tiene algo más que enseñarnos.
Traducción: Javier Cosp Fontclara