Quinto domingo de Cuaresma, 13 de marzo 2016
El evangelio de hoy, nos habla acerca de la mujer que fue pillada en adulterio y que está a punto de morir apedreada, nos muestra la forma en que se encuentra al maestro de luz. Si realmente lo encontramos y reconocemos- ¿y cuál es el punto de encontrar lo que estamos buscando pero sin reconocerlo?- irremediablemente nos vamos a enamorar.
En otra lectura de la misa de hoy, de los Filipenses, describe este humillante y glorificado estado de amor: “Veo todo como basura si tan solo puedo tener a Cristo y tener un lugar en él. No estoy buscando más la perfección por mi propio esfuerzo”. Es devastadoramente maravilloso el descubrir que el centro de tu mundo no eres tú mismo. Algunas veces volveremos al arrecife del egocentrismo pero entonces te avientas otra vez a la caída libre del amor. En algunas ocasiones este estar centrado en el otro, y el éxtasis que trae, no es real. Se desvanece. Podemos dejar de amar y encontrar un amor más fuerte. Este es el punto que primero vemos en el Romeo de Shakespeare. Eventualmente, si tenemos suerte, nos volvemos a enamorar no con el deleite que nos da el amor, sino con el amor mismo.
Reconoceremos este momento porque parecerá que el amor se aparta de nosotros, dándonos espacio. Como Jesús, cuando fue retado por la hostilidad de las mentes pequeñas de sus interrogadores, ignora la trampa, voltea la mirada, se agacha a escribir en la tierra con su dedo. Las preguntas caen en el espacio entre ellos. Deberían cumplir con la Ley y apedrearla—este mensaje diluido de misericordia será expuesto como una farsa. O debería él perdonarla y excluirse a sí mismo de su tradición- un exilio frío.
En una conferencia de prensa le preguntaron periodistas al Papa Francisco, buscando no a un maestro sino un encabezado, acerca de los sacerdotes homosexuales. Él les dio su encabezado: ¿“Quién soy yo para juzgar”? Esta respuesta encantó a los liberales y enfureció a los conservadores- tal vez a ambos por las razones equivocadas. Jesús también declinó el papel de juez que buscaban asumiera. Los jueces son males necesarios en toda sociedad humana. Parecen todo poderosos sin embargo en realidad están confinados a los recintos de precedentes históricos y a la nimiedad del presente. Jesús “no vino a juzgar sino a sanar”.
¿Qué escribió en la tierra? ¿Porque, cuando lo retaron, Buda tocó el suelo y dijo que la tierra era testigo de su iluminación? La respuesta de Jesús muestra que el amor no reclama nada excepto el derecho a ser misericordioso, a sanar y a liberar. ¿Quién, al final, puede resistir enamorarse de esto?
Traducción: Guillermo Lagos