Quinto Jueves de Cuaresma, 17 de marzo 2016

En The Good Heart el Dalai Lama comentó sobre las Bienaventuranzas de Jesús (“Felices son…”) desde una perspectiva Budista. Recuerdo su mirada de concentración conforme las iba leyendo, tal vez por primera vez, y exploraba su significado. Su primer comentario, para mí sorprendente, fue que expresaban la ley de causa y efecto.


 

Esto es útil. Algunos cristianos piensan en la felicidad (una característica del cielo) solo como algo dado por Dios como recompensa por ser virtuosos. También con frecuencia identifican la virtud con la auto-negación en lugar de, como lo veía San Pablo, como la realización del potencial humano. Si la felicidad no es un producto del estilo de vida que adquirimos tratando de apoderarnos de ella, tampoco es algo que nos ganamos por nuestro comportamiento moral o nuestra observancia religiosa. Lo sutil de la felicidad es que es el resultado natural de algo, en parte un proceso de causa-efecto pero, cuando se vierte sobre nosotros, se siente como un regalo auténtico e incondicional.

Las Bienaventuranzas ligan la felicidad con la beatitud y capturan esta cualidad sutil en las verdades paradójicas que al mismo tiempo son sorprendentes y obvias. Como la primera, que dice “Felices los pobres (o pobres de espíritu) porque de ellos es el Reino de los Cielos”. ¿Qué significa pobre o pobreza? ¿Y qué es el reino de los cielos? Estas y otras preguntas provocadas por las enseñanzas espirituales sobre la profundidad de las Bienaventuranzas involucran todos los valores y significado de nuestras vidas. Merecen ser masticadas, ponderadas y discutidas constantemente. Trata de digerir cada una de las Bienaventuranzas después de cada meditación de ahora hasta la Semana Santa.

Con la primera, puedes darte cuenta que la has estado practicando. La intención del mantra es hacernos tan pobres como sea posible. Es mucho más difícil decirlo cuando piensas que lo haces para enriquecerte. Pero cuando lo ves como el despojarte de tus posesiones se vuelve más fácil- el esfuerzo que requiere se alinea mejor con su esencia sencilla. La posesividad empieza con el pensamiento “esto es mío”. Es un pensamiento parecido a una serpiente. Se desliza en todo, se oculta bien y puede atacar con su veneno en cualquier momento. Podemos sentirnos seguros de que no somos particularmente posesivos hasta que algo nos amenaza y entonces defendemos nuestro derecho a asumir la propiedad y el control hasta la última gota.

La pobreza (de espíritu) implica hacer a un lado nuestros pensamientos, todos los pensamientos porque el “esto es mío” invade y ocupa todos los pensamientos.  Todos los pensamientos son fumigados en la meditación. El resultado es la capacidad de disfrutar de lo cual destruye la posesividad. Cuando empezamos a disfrutas lo que es, sin aferrarnos a ello y sin tener planes ocultos para poseerlo, nos hemos desplazado aquí y ahora hacia el reino de los cielos.

                                                                                               Con amor, Laurence

 

Traducción: Guillermo Lagos

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