Quinto viernes de Cuaresma, 18 de marzo 2016

Es difícil imaginar las Bienaventuranzas como un artículo en la sección de Estilo Contemporáneo de la edición dominical del New York Times.


Y sin embargo, son en cierto sentido una opción de estilo de vida pues expresan verdades fundamentales que determinan nuestra manera de vivir. Deciden cómo respondemos a cada evento, cada cambio inesperado. Pero como la felicidad es un resultado muy sutil más que un objetivo deseado, la sabiduría de las Bienaventuranzas está escondida en una paradoja, en un aparente sinsentido.

Por ejemplo, ‘Felices los que lloran porque serán consolados’. Para llorar, o estar en duelo, tenemos que renunciar a la negación. Al enfrentar la pérdida o el desengaño nuestra primer respuesta es ‘Oh, no’. Mentalmente buscamos el botón de pausa, de manera de detener lo que está pasando y poder rebobinar. Aun cuando estamos agobiados por algo doloroso y hemos comenzado a enfrentarlo, seguimos teniendo resistencia a la fuerza de la realidad que nos ha golpeado. Como un pueblo invadido por una potencia hostil, no tenemos otra alternativa que rendirnos. Aunque en secreto nos resistimos y seguimos negando.

Estar en duelo es enfrentar la parte más difícil de la verdad sin tratar de alterar la realidad con nuestra imaginación. Esto es también lo que hacemos al meditar dejando ir todas las escenas impresionantes y los juegos de nuestra fantasía. Como resultado nos volvemos menos fanáticos y con una imaginación más creativa. Sin embargo hay un aspecto de duelo en la meditación por esta razón.

Un joven que estaba aprendiendo a meditar me dijo en una ocasión que encontraba muy difícil hacerlo. Con suerte lo podía hacer diez minutos cada ocasión. No se podía relacionar con las otras personas de su grupo que hablaban maravillas sobre la meditación y describían sus beneficios. Pero ni se había dado por vencido ni pensaba hacerlo. Y entonces casualmente añadió que lloraba durante la mayoría de sus sesiones de meditación. Como sucede con otros que tienen el ‘don de lágrimas’, como lo llamaban los monjes del desierto, no sentía ni dolor ni tristeza. Era simplemente un desbordamiento - ¿De qué? Tal vez del pasado olvidado tratando de hacer valer su derecho de ser integrado en el presente.

El estar en duelo no es necesariamente triste. Es la negación de la falsa consolación. Es el gran hecho de aceptar lo que es más difícil de aceptar. Pero en cuanto lo aceptamos, lo integramos. Es reconocerlo como parte de nuestra historia. Y eso, por sí mismo, es inmensamente reconfortante.

(Hay que buscar esto en el relato de la Pasión, en que vemos a Jesús en duelo antes de morir mientras sus compañeros se niegan a aceptar lo que está pasando.)

 

Traducción: Enrique Lavin

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