Miércoles de Semana Santa, 23 de marzo 2016
La conversación nos reasegura que no estamos solos. La gran soledad del corazón humano no sólo es psicológica. Es cósmica. Aun considerando que hay siete mil millones de personas con las que podríamos conversar, nos molesta la posibilidad de que seamos la única ‘vida inteligente’ en el universo.
Revisamos las ondas de radio de las galaxias más lejanas en la esperanza de ‘establecer contacto’. Probablemente si lo hiciéramos, estaríamos o tratando de explotarla o de destruirla.
La conversación espiritual de esta semana – con las escrituras y con cada uno – nos revela algo de acerca de esta compulsión y miedo que ha dado forma a la historia humana y que puede tan fácilmente dar forma o distorsionar nuestras propias vidas. Cuando nos volvemos hacia un punto de atención común y vivimos juntos en esa orientación ¿qué esperamos encontrar? ¿Una respuesta a nuestra curiosidad? ¿Sabiduría que nos permita sobrellevar la vida?¿Poder que nos permita tener éxito?
Lo que encontramos en una conversación que de verdad se ha vuelto silente – una conversación en la experiencia del silencio – es que aquello hacia lo que nos volvemos ya está volteado hacia nosotros. Y todavía más, se mantiene estable, aunque nosotros fallemos con nuestro corto rango de atención que sólo nos ve a nosotros. En esta conversación hacemos contacto con vida inteligente que irradia ondas de amor hacia nosotros, alrededor de nosotros, a través de nosotros. Es una presencia real.
Para que una presencia sea real (y no un grupo de personas en un cuarto enviando mensajes de texto a otra gente), debe haber una presencia mutua. Jesús tiene una presencia real por sí mismo. Él está presente – como dice continuamente en los evangelios de esta semana – al Padre. Su presencia hacia nosotros es una invitación a estar presentes a Él y por tanto a su Padre y nuestro Padre. Solamente esto es suficiente para acallar el miedo del corazón humano de que estamos solos para siempre y en todos lados.
Traducción: Enrique Lavin