Jueves Santo, 24 de marzo 2016

Puedo recordar con mucha claridad el momento en que tomé consciencia de la comida. Un amigo estaba comentando que buena comida teníamos frente a nosotros o tal vez estaba recordando una comida que habíamos hecho hace algún tiempo y le dije que en realidad no me preocupaba acerca de lo que comía. (Esto fue hace mucho tiempo).


Me miró con asombro, tal vez porque, siendo judío, las comidas comunitarias y lo que se prepara para alimentar y agradar a los comensales era como un sacramento para él. Para mí fue uno de esos momentos en que ves algo que no habías visto antes. Un descubrimiento.

Hasta ese momento yo era un poco como el filósofo Schopenhauer, que le decía a su casera que no le importaba que comer, mientras fuera la misma cosa todos los días. No quería distraerse pensando en algo tan banal como la comida.

Algo similar me sucedió con respecto a la Eucaristía, cuyo origen es la comida de Pascua de los judíos que conmemoramos hoy. Al ver la reverencia y profundidad con que John Main la celebraba y descubriendo entonces la manera que a través de la meditación podemos iluminar nuestro mundo interior, me di cuenta, con un sentido de descubrir algo que me era familiar desde hace tiempo pero que nunca había entendido, que ésta era comida que debía disfrutarse y tomarse en serio.

Entonces comprendí la gran reverencia y agradecido placer que los primeros cristianos sentían hacia la Eucaristía. Lentamente fui cayendo en la cuenta que las dos, tanto la meditación como la Eucaristía son acerca de la misma presencia verdadera y real manifestándose en diferentes maneras. Lo que la hace real, es por supuesto, la reciprocidad. No hay nada más destructivo para la presencia que la distracción. Compartir la mesa con alguien que está constantemente buscando mirar su teléfono móvil o mandando un texto, por ejemplo. Eso es probablemente lo que Judas estaba haciendo en la Ultima Cena.

Para hacerlos entender esto, Jesús los impresionó al despertarlos al lavarles lo pies. La Eucaristía nos nutre en nuestra fuente con este espíritu de humildad. Jesús se da a sí mismo en este medio, sin reservas. Lo hace sin considerarse importante. Nada es más importante que no ser auto importante. Entonces, abriendo de par en par las puertas interiores del amor, nos invade un sentido de descubrimiento. Vemos lo que siempre ha estado ahí pero todavía no entendíamos.

La Comunión es acerca de ser re-cordado, re-membrado.

 

Traducción: Enrique Lavin

 

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