10 de julio 2016
Fragmento de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends”, Boletín de La Comunidad Mundial de la Meditación Cristiana, Invierno 2000.
Muchos Cristianos en la actualidad, a medida que encuentran que sus líderes están retrocediendo a un sectarismo rígido, están aprendiendo a encontrar en la antigua sabiduría contemplativa una expresión más verdadera de las enseñanzas de Jesús. No son aquellos que dicen “Señor, Señor: quienes complacen al Padre”, sino aquellos que “hacen Su voluntad”. Para muchos en la actualidad una doctrina es digna de ser creída, aun cuando expresa lo inefable, no solo porque afirma ser verdadera sino porque nos ayuda a mantenernos en creer que hay algo más que (un mero) consumismo. Pero hoy ninguna creencia digna de ser aceptada puede ser sostenida con certeza- excepto la certeza de la fe en unión con la esperanza y el amor.
La certeza del fundamentalista debe ser sacrificada y se debe aceptar que la duda radical nos cuestione a todos. Nuestra experiencia con la muerte de la certeza es también la de la muerte del deseo- el deseo egoísta de estar en lo cierto, estar seguro, ser mejor que los demás. Esta clase de muerte es nuestro compartir de la cruz. El renacimiento del deseo que sigue es el deseo transformado que surge de un corazón puro en la visión de Dios. Este “deseo de Dios” no es como cualquier otro deseo que hayamos conocido. Incluso “felices aquellas personas para quienes el deseo de Dios se ha vuelto como la pasión del amante por su amada”, declaró San Juan Clímaco. No se agota ni conduce a la explotación de otros para poder realizarse. Es al mismo tiempo el deseo y la libertad del deseo como fue experimentado anteriormente. (…)
La meditación es la purificación del corazón y la muerte del deseo. Como hay un renacer por cada muerte, también hay una regeneración del deseo como el deseo de Dios. Esto jamás puede ser el deseo de un objeto para la satisfacción del ego. Es, sin embargo, el deseo de nuestra felicidad: nunca podemos desear se infelices. El deseo de Dios… es el deseo de nuestra propia felicidad a través de obedecer la ley del …amor. (Esta ley) estipula que la única clase de deseo que nos hará verdaderamente felices es el deseo de la felicidad de los demás.
Después de la meditación: de Simone Weil, “Last Thoughts”, WAITING ON GOD (London: Fount, 1997), pág. 46
Nuestro amor se debería estirar lo más ampliamente través de todo el espacio, debería ser distribuido equitativamente a través de todo el espacio, como la luz del sol. Cristo nos ha invitado a buscar la perfección de nuestro Padre celestial al imitar la forma no discriminatoria en la que otorga la luz.
(…) Tenemos que ser católicos, lo que significa que no estamos atados ni siquiera por un hilo a ninguna cosa creada, a menos que sea a la creación en su totalidad… Estamos viviendo en tiempos, que no tienen precedente, y en nuestra condición actual, universalidad, la cual anteriormente podría estar implícita, tiene que estar completamente explícita. Tiene que permear nuestro lenguaje y toda nuestra forma de vida. Hoy no es solamente suficiente ser un santo, sino que debemos tener la santidad exigida por el momento presente, una nueva santidad, en si misma también sin precedente.
Selección: Carla Cooper
Traducción: Guillermo Lagos