8 de enero 2017
Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “The Labyrinth”, JESUS THE TEACHER WITHIN” (New York: Continuum, 2000), págs. 231-32
Si queremos abrazar la eternidad de la plenitud del ser (el “YO SOY” de Dios), debemos enfrentar la dura realidad de la impermanencia y el vacío. La tentación siempre es a reducir la intensidad, a bajar a un menor grado de conciencia, aun quedarse dormido. Buda advirtió en contra de nublar la mente en esta o en cualquier otra etapa del viaje con sedativos intoxicantes, que suban o bajen. Jesús pidió a todos estar plenamente conscientes: “Estar alertas y despiertos. No conoces cuándo llegará el momento…. Mantente despierto no sabes a qué hora llegará el amo de la casa. Al anochecer o a la media noche, al cantar del gallo o al amanecer----si viene repentinamente, no te debe encontrar dormido. Y lo que yo te digo, lo digo a todos, manténganse alerta (Marcos 13: 33-37)
En la carta a los Efesios, Pablo dice que este estado de alerta nos lleva a los “poderes de sabiduría y visión” y por consiguiente al conocimiento espiritual. Pero aun con la fe más fuerte, el triste sentimiento de separación no se disipa inmediatamente aun cuando la sabiduría empieza a brillar. La pared del ego parece como un obstáculo insuperable, un callejón sin salida que nos deja sin un lugar a donde ir. Pero como nos recuerda la Resurrección, aquello que parece y se siente como el final no lo es. Al reconocer nuestro arraigado egoísmo y reconocer como muere lentamente, la meditación nos ayuda a verificar nuestra propia resurrección en nuestra propia experiencia.
La ley de naturaleza más baja, del karma, y la dominación limitante del ego, reinan hasta que aparece un hoyo en el muro. Primero se remueve un ladrillo, como si fuera la acción de una mano invisible, y podemos echar un vistazo a una perspectiva más allá de cualquier cosa que hayamos pensando con anterioridad. No somos solamente la persona individual que pensábamos que éramos. La vida ha cambiado irreversiblemente. Vivimos y, sin embargo, como dice San Pablo, ya no vivimos.
Yo soy porque no soy.
Después de la meditación: “Music” por Anne Porter en LVING THINGS: Collected Poems (Hanover, NM: Zoland Books, 2006), págs. 54-55
Cuando era un niño
Una vez me senté en el piso sollozando
a un lado del piano de mi mamá
conforme ella tocaba y cantaba
Porqué en su cantar había
una gloria solemne y tímida
Mi pequeñez no podía sostener
Y cuando me preguntaron
por qué estaba llorando, no tuve palabras
solo sacudí la cabeza
y seguí llorando
Porqué es que la música
cuando es más bella
abre una herida en nosotros
un dolor una desolación
profunda como la nostalgia
por algún país lejano y olvidado
Nunca he entendido
porque es así
Pero hay una leyenda antigua
del otro lado del mundo
que revela el secreto
de esta misteriosa tristeza
Por siglos y siglos
hemos estado divagando
porque estamos tan hechos para el Paraíso
como un ciervo para el bosque
Y cuando la música llega a nosotros
con su belleza celestial nos trae desolación
Porque cuando la escuchamos
medio recordamos
ese país nativo perdido
Apenas recordamos los campos
de tréboles cuyo aroma dispersa el viento
el canto del pájaro en las huertas
las salvajes violetas blancas en el pantano
cerca de los riachuelos transparentes
Y brillando en el corazón de todo esto
está la belleza anhelada
del Uno que nos espera
El que siempre nos esperará
en esas praderas radiantes
Incluso vino a vivir con nosotros
y se pregunta en donde deambulamos
Selección: Carla Cooper
Traducción: Guillermo Lagos