Lunes de la 1ª semana de Cuaresma, 6 de marzo 2017
Me gustaría explorar en esta primera semana de Cuaresma cómo podemos hacer una distinción más clara entre la ilusión y la realidad, al igual que hizo Jesús después de sus cuarenta días. Pero primero veamos las maneras de hacer esto, lo que los budistas llaman 'medios hábiles', y cuál es el significado de lo que los cristianos han llamado durante mucho tiempo ascesis. Sigue leyendo.
El "ascetismo" es parecido a la "austeridad". Pero cuando te encuentras con un verdadero asceta, es como conocer a un atleta que entrena en su nivel máximo y ama su disciplina de ejercicio y estilo de vida libremente escogida. Ellos irradian alegría y bienestar y nos hacen sentir ligeramente envidiosos en nuestra pereza, y ojalá puedan también motivarnos a levantarnos del sofá y empezar a vivir. Los medios del asceta son el ayuno, las obras de caridad y la oración.
¿Cómo podemos entender esto hoy? El ayuno implica una entrega voluntaria, diciendo "no" o "todavía no" a nuestros deseos naturales o habituales. Esto, como los otros dos pilares de la vida espiritual, es un principio abstracto, un ideal, un valor. Necesita estar asociado con una práctica para que se personifique y sea real. Sólo podemos vivir verdaderamente como seres encarnados. El ser humano no puede permanecer irreal por mucho tiempo sin colapsar. Y en mi propia carne veré a Dios, dijo el pobre Job después de sus calamidades (Job 19:26). El ayuno es necesario para la salud espiritual. Entonces, ¿a qué vamos a renunciar?
La caridad es desprenderse. Lo que soltamos puede ser el dinero, el tiempo, la atención que nos quitamos y colocamos incondicionalmente en el otro. Es más que cantidad o frecuencia. Para el meditador, la atención es obviamente la clave de este pilar de la vida espiritual. Simone Weil dijo que la atención es la forma más rara y la máxima expresión de generosidad. La calidad de la atención desinteresada demuestra la sinceridad de lo que damos y lo que soltamos genuinamente. ¿Qué estamos soltando?
La oración toma muchas formas, pero se trata esencialmente de atención pura. Su efecto es hacernos sentir (por muy distraídos que estemos, por muy lejos que hayamos deambulado, por muy separados que nos sintamos de nuestra base) que hemos vuelto a casa, aliviados, quizás sorprendidos, de encontrar una cálida bienvenida. Sentarse en meditación es volver a casa. Esta oración pura, que purifica radicalmente la imaginación y la fantasía, debilita el deseo y el miedo y nos simplifica para aceptar un auténtico y no un falso consuelo, es simplemente volver a casa.
Una casa es un centro, emocional y espiritualmente. Es el punto de referencia del significado para dondequiera que vayamos en el mapa. Si volvemos a casa y encontramos un lote vacío, nuestro control de la realidad es detonado. Tenemos que empezar de nuevo, desde cero. Pero si hay, esencialmente, un centro de toda realidad, si la realidad es esencialmente simple y completa, entonces ese centro está en todas partes. Lo descubrimos primero encontrando nuestro propio centro, entrando en lo que Jesús llama nuestra "habitación interior" donde somos abrazados por la presencia que lo asume todo y lo llena todo.
Una buena idea. Pero, al igual que los otros pilares de la vida espiritual, la oración como nuestro medio para liberarnos de la ilusión y sentirnos en libertad para ser reales, requiere práctica. Para el meditador actual, requiere renovación del compromiso y una vivificación de la motivación. Para el meditador que está comenzando, requiere el coraje de empezar.
Traducción: Elba Rodríguez, WCCM Colombia