Miércoles de la 1ª Semana de Cuaresma, 8 de marzo 2017
Si pudiéramos ver y comprender cómo la ilusión comienza tendríamos una gran ventaja en la campaña por la realidad. Y es, en algunas maneras, como una campaña electoral, un largo proceso de persuasión, con altos y bajos en las encuestas, muchos argumentos engañosos y algunos trucos sucios; finalmente, nuestro último encuentro con la mortalidad es el día de la elección cuando llega la hora de la verdad y somos lo que nos hemos convertido. Sigue leyendo.
Diádoco de Fótice, un monje griego del siglo quinto quien largamente se había dedicado el tiempo suficiente al trabajo del silencio, también observó su mente en la vida cotidiana por mucho tiempo para ver cómo surge la ilusión. Por muy diferentes que hoy sean nuestras condiciones de vida y la manera en que forman la conciencia moderna, la mente trabaja de la misma forma básica. El nos habla. Su gran obra es llamada “Sobre el Conocimiento Espiritual y el Discernimiento: Cien Textos”. Los textos son párrafos cortos, visiones de sabiduría destiladas en gemas de verdad pura que necesitan ser saboreadas a través de muchas re-lecturas. (Tú no lees un libro, tú lo re-lees). Con cada lectura el sabor, el disfrute y el valor nutricional se fortalecen. Diádoco comienza afirmando la irreductible bondad de la realidad incluyendo el reino humano, porque Dios no hace cosa alguna que no sea buena. Así que ¿qué es lo que está mal? ¿Por qué no está todo siempre bien? ¿Por dónde se arrastra la serpiente para entrar en el Jardín del Edén?
A través de la puerta lateral de la fantasía.
Cuando en el deseo de su corazón alguien concibe y da forma a lo que en realidad no tiene existencia, entonces lo que él desea comienza a existir. (3)
Ello comienza con deseo. Y el deseo surge de la conciencia de algo que está faltando, en el interminable anhelo humano por algo más. Esto es un don porque ello permite evolución y cambio por un aumento de conciencia, pero tiene un peligro concomitante.
Por mucho que hayamos sido bien amados y educados, aún así sentimos que hay algo más que necesitamos. Imagina cuánto más complejas nuestras necesidades y los deseos que generan si nos sacan de nuestro hogar en Aleppo, abusados en nuestra larga travesía hacia el oeste, rechazados como escoria en las fronteras donde arribamos para rogar por un hogar tranquilo y un nuevo comienzo, la esperanza se convierte en desesperación al hacerse añicos la ilusión. El deseo está siempre vinculado a la necesidad. En el mejor de los escenarios, el deseo refleja la necesidad. No deseamos lo que pensamos que no necesitamos pero a menudo deseamos lo que es imposible de lograr.
La imaginación hace que la necesidad sea conocida por la mente consciente. Nos formamos una imagen que perseguimos como un deseo, esperanza, ambición o meta. Agustín pensó que el viaje espiritual es todo acerca del deseo santo. San Juan de la Cruz pensó que debemos dejar ir todos los deseos, aún nuestro deseo de Dios. Ambos tienen razón, dependiendo en cómo entendemos el deseo en relación a la necesidad y fantasía.
La imaginación está estrechamente ligada al deseo. Para bien si el deseo está vinculado a lo que necesitamos. Para mal si gira fuera de control y desarrolla una vida virtual propia.
Esto ocurre fácilmente donde hay dolor severo y especialmente cuando hemos sufrido solos sin el ministerio del amor humano para consolar nuestra soledad. La fantasía surge en la mazmorra del sufrimiento solitario. Ella difiere de la imaginación creativa porque lo que ella “ve” no es un potencial real que pueda suceder. En cambio, ella experimenta un embarazo fantasma. Los síntomas están allí pero la nueva vida real no está.
La oración es necesaria. Ella existe, no para decirle a Dios cuán divino es El, tampoco para proveernos de una plataforma para dramatizar nuestros deseos. Existe para ayudarnos a ver esta distinción vital entre necesidad y deseo, realidad e ilusión. De la claridad de esa forma de ver depende nuestra vida.
Traducción: Jorge Rago WCCM Venezuela