Sábado de la 1ª semana de Cuaresma, 11 de marzo 2017.
Esta semana hemos reflexionado sobre cómo discernir la ilusión de la realidad. Diádoco (S. V) nos ha advertido que este discernimiento es más bien un don antes que el resultado de un estudio, o de nuestro grandioso esfuerzo. Pero él también pone el énfasis en que una elección deliberada es necesaria para dirigirnos hacia lo que es real y trastrocar la atracción a la ilusión por nuestra atención hacia lo que es bueno. Sigue leyendo.
Cuando nuestros conocimientos espirituales crecen por medio del esfuerzo y la gracia combinados, dice animándonos, estaremos más confiados en nuestra búsqueda de amor.
Yo he sugerido, de manera predecible, que este consejo profundo pudiera ser puesto en práctica a través de la meditación. De alguna manera, tenemos que encontrar una forma de balancear el esfuerzo necesario de nuestra parte con la gratuidad de la gracia para traer los cambios que deseamos y necesitamos.
Si no eres una persona particularmente religiosa, puedes sentirte más atraído con la idea del esfuerzo. No necesitas unas charlas sobre la ayuda que Dios te da. Sin embargo, la verdad es que el cambio esencial sucede en un nivel en el que nuestro consciente desaparece. Si hay voluntad, ésta sería más sobre ver y consentir la verdad que tratar de conseguirla. Si, por el otro lado, te gusta la idea de la presencia activa de Dios en tu vida, puedes pensar que no tienes que hacer mucho, solamente estar relajado, ser pasivo, y dejar que Dios lo haga todo. Los elementos ligados de lo humano y lo divino están involucrados en este ascenso a la realidad. Juntos revelan más que alguna de estas actitudes extremas de esfuerzo y gracia (la autosuficiencia o dejar todo en manos de Dios). La gracia y el esfuerzo humano no deben ser separados porque su separación promueve la ilusión. Cristo hizo que todo esto tenga sentido. Él es el matrimonio de las paradojas.
Como en una buena relación, cada lado de la sociedad humano-divina se desliza hacia algún lado, imperceptiblemente. Juntos forman un todo mayor que lo que podemos imaginar como la suma de las partes. Esta unidad, que es Cristo, pone luz sobre la distinción entre lo humano y lo divino, pero también sobre la cósmica necesidad que tienen lo uno de lo otro. Son, por lo menos desde nuestra perspectiva, incompletos el uno sin el otro. ¿Esto significa que Dios nos necesita? Técnicamente no, desde luego, ¿pero amorosamente, por qué no, si Dios se ha convertido en su propia criatura?
Esto es lo que está en juego en nuestras reflexiones de Cuaresma, basado en la práctica personal a la que nos hemos comprometido para estos cuarenta días. No deseamos que sea muy pesada (o perderíamos el espíritu de la verdad) aunque es sagrada y muy importante para nosotros. La vida continuará, y si no tenemos como práctica la interioridad, Trump enviará Twitters, el Brexit sucederá, los Cardenales reñirán, los pronósticos económicos variarán, algunas personas se curarán, otras no, Netflix inventará más series… Pero la Cuaresma sí importa. No solamente a nosotros, en nuestros universos digitales separados, sino a nosotros como un todo, cuando despertemos al gran significado de lo humano que Dios ha arriesgado en nosotros y cuyo resultado el universo espera ansiosamente. Es por eso que es importante que aprendamos periódicamente a limpiar nuestras lentes para ver claramente lo que es real y duradero y lo que es ilusorio y efímero. Porque nosotros sí importamos.
Traducción: Marta Geymayr, WCCM Paraguay