Martes de la 2ª semana de Cuaresma, 14 de marzo 2017

El progreso es una interesante ilusión que la Cuaresma nos invita a revisitar. La esperanza de haber realmente aprendido una lección de la vida o adquirido un objetivo largamente buscado es muy seductora. Tendemos a asumir que tan pronto como las cosas cambian en la superficie, ha ocurrido completamente y a fondo el mismo cambio. Sigue leyendo.

Y luego nos sorprendemos y decepcionamos cuando descubrimos que ese no es el caso. Las viejas pautas con frecuencia retornan, algunas veces con una revancha.

Luego de largos periodos de persecución, la iglesia cristiana, en el siglo cuarto, debió haber sentido que Dios le había dejado ganar la lotería cuando el Emperador de Roma anunció su conversión. Constantino vio al Dios cristiano como un poderoso aliado para sus políticas domésticas y militares. Él no tenía un interés espiritual en su nueva fe. Pero parecía a las pequeñas, dispersas y marginadas congregaciones del imperio que el gran exorcismo de la Cruz se había adherido a los campos más altos del poder.  

A medida que las iglesias aumentaban en número, su fe se diluía. Al poco tiempo, los líderes cristianos usaron su mano para destruir los templos y cortar las cabezas y las piernas de sus estatuas de los viejos dioses, con toda la intolerancia del Talibán hoy o los reformadores puritanos del siglo XVI. No martirizaron a los paganos porque todavía eran numerosos y generalizados, pero los líderes cristianos ridiculizaban sus creencias y proscribían sus rituales. No somos muy agradables cuando estamos tan seguros de que tenemos razón y menos aún cuando pensamos que hemos ganado.

Esta marea de arrogancia y falta de respeto, sin embargo, también llamó a un tipo diferente de cristianismo ejemplificado en el movimiento monástico del desierto. Aquí los cristianos llegaron a vivir el misterio de Cristo de la manera personal más profunda y humilde. Incluso en su lecho de muerte, los viejos maestros del desierto recordaban a sus discípulos que lo que importaba era la lucha interior con sus propios demonios y especialmente con el demonio del orgullo y el autoengaño. Y esa lucha continuó, para todos nosotros, hasta el final. Incluso Jesús luchó con el demonio del miedo en su última noche.

La Cuaresma nos humilla de esta manera. Es más eficaz cuando lo que humilla es algo pequeño y trivial. Sólo se necesita un deseo repentino por lo que renunciaste, o la oleada de apego por lo que habías dejado ir del pasado o una lucha por sentarte a través de toda la meditación de la tarde, para que tropecemos con un bache. A medida que las ilusiones auto-tejidas con las que nos vestimos se desenredan, nos avergüenza descubrir que estamos desnudos y que no lucimos tan bien desnudos como lo hacemos cuando estamos vestidos. Vemos que el progreso no es para siempre, ni es tan lineal como pensábamos. Tal vez el verdadero progreso está en descubrir esto.

 

Traducción: Marina Müller WCCM Argentina

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