Miércoles de la 3ª semana de Cuaresma, 22 de marzo 2017
El peligro de nuestro viaje espiritual es la auto absorción, pensar demasiado y muy a menudo acerca de nuestro progreso, éxito o fracaso. Esta es la forma predeterminada de nuestra conciencia. Apenas podemos evitar ver el sistema solar girando alrededor de mí como si fuera el sol. Sigue leyendo.
En ocasiones en las que somos redimidos de esto y nos volvemos centrados en otro, no sabemos a menudo qué pasó. Más tarde mirando hacia atrás a la felicidad y la paz que nos trajo, no recordamos que eso fue debido al hecho de que por un momento habíamos dejado de ser tan drásticamente egocéntricos.
Es fácil tratar de repetir las condiciones que nos llevaron a tal felicidad – una persona, un lugar, un placer – olvidadizos de las condiciones básicas de abnegación que lo causaron. La felicidad, cuando la recordamos como un evento pasado, es vista como un resultado de una causa. De hecho, la felicidad siempre está presente y es la causa de los resultados. La Cuaresma nos permite ver que el secreto de la felicidad y la dinámica del viaje espiritual son uno. Este es un secreto tan obvio que deberíamos llamarlo “misterio”. Mientras lo pensemos como un “secreto” estaremos buscando el código, la clave, la llave, el truco esotérico que lo consiga para nosotros. Cuando lo vemos como un misterio nos damos cuenta que solo tenemos que entrar en él sin mirar atrás. Cuaresma puede ser solo este paso determinado a través de este portal del misterio.
Diádoco, a quien consultamos más temprano en la Cuaresma, comprendió esto en términos de amar a otros. Porque “amar” tiene tantos significados y armonías para nosotros, llamémoslo simplemente dar genuina (es decir abnegada) atención a otros. Diádoco dice que cuando experimentamos el amor de Dios en su riqueza empezamos a amar a otros con una conciencia que surge directamente de nuestra dimensión espiritual. A veces, cuando la gente medita por primera vez de una manera confiada e infantil, sin exigencias o expectativas, una puerta se abre en ellos y caen dentro de una experiencia que nunca conocieron antes y no tienen manera de describir. Ellos raramente lo llaman amor porque es diferente de lo que nosotros imaginamos que es amor.
Pero de hecho es el rico y enriquecedor amor de Dios en el centro y la fuente de nuestro ser.
Tocar – o ser tocado – por esto, aún por un instante, dispara una conversión en curso. Un efecto mayor de esto es sentido a través de todas nuestras relaciones. Diádoco dice que la nueva calidad de atención que llevamos a nuestras relaciones es el amor de que hablan las Escrituras. La amistad, como normalmente la experimentamos, es bastante frágil. Traiciones, decepciones, desconfianza o celos pueden sacudir o romper lo mejor de ella. Pero si este amor ha sido despertado en nosotros, estamos más capacitados para aguantar la tormenta, y la relación puede sobrevivir. “Cuando una persona está despierta espiritualmente, aun cuando algo la irrite, el vínculo de amor no es disuelto, reavivándose con la calidez del amor de Dios, rápidamente se recobra y con gran alegría busca el amor de su vecino, aun cuando haya sido gravemente agraviado o insultado”.
Vimos ayer que el espiritual arte de vivir no es acerca de la fuerza de voluntad. Perdonar, sanar y renovar relaciones tampoco es acerca de ser super humanamente desapegado y santo. Es la respuesta natural para cualquiera que ha bebido del manantial profundo del amor interno. Podemos describir esto como una capacidad aumentada para dar atención. De hecho, es más una capacidad más grande para amar. O como Diádoco dice, “la dulzura de Dios consume completamente la amargura de la disputa”.
Tradución: Jorge Rago WCCM Venezuela