4º domingo de Cuaresma, 26 de marzo 2017
El evangelio de hoy (Juan 9) trata de la sanación de un hombre ciego de nacimiento. Esta historia, como la de la mujer samaritana de la semana pasada, contiene muchos niveles de significado, cada uno de ellos dando paso a los demás. A pesar de su aparente obviedad, la historia tiene una profundidad digna de Shakespeare y, como nuestras experiencias de la vida, revela cuán multidimensional es la realidad. Sigue leyendo.
Los discípulos preguntan a Jesús quién fue el responsable de la condición del pobre hombre – ¿sus padres o él mismo? Es difícil entender quién podría ser culpable sin haber heredado un karma. En cualquier caso, Jesús desecha esta cuestión diciendo que el significado del sufrimiento de este hombre se encuentra en la forma en la que Dios se revela a través de la sanación. Quizás no podamos responder así todas nuestras preguntas racionales pero sí nos marca la dirección de la búsqueda. En otras palabras, para encontrar conexiones que contengan significado tenemos que buscar mirando hacia delante y no hacia atrás. Es entonces, como para ilustrar este mensaje, cuando Jesús, como un médico de urgencias, cura al ciego, rompiendo así las reglas sindicales que prohibían trabajar en día sábado.
Jesús desaparece entre la multitud dándole apenas tiempo al ciego para ver quien era. Las gentes y después las autoridades oyen hablar del evento. Algunos escépticos no están convencidos de si se trata del mismo individuo que habían conocido como ciego. Sus padres son arrastrados a esta controversia y, por miedo a verse involucrados, niegan saber algo y dejan a su hijo solo para que se defienda por sí mismo. Este es el primer atisbo de la soledad a la que es lanzado el hombre que empieza a ver. Bajo interrogatorio, el hombre confirma su sanación y es rápidamente condenado como un agitador y despreciado como alguien “nacido en el pecado”. Si nos contesta así, dicen los demás, el haber sido un minusválido era su propia culpa y no merecía haber sido sanado. Fue, pues, excomulgado. Este es un buen ejemplo de cuán a menudo las personas religiosas no desean ver el poder de Dios inmiscuido en sus vidas cotidianas. Jesús oye lo ocurrido y fue a buscar al ciego ya curado.
El siguiente nivel de significado e intimidad en esta historia comienza, como tantas otras veces con este sanador de la humanidad, con una pregunta. Jesús pregunta si él cree (tiene fe) en el Hijo de Dios. El hombre contesta honestamente que quizás pudiera llegar a creer si pudiera saber quién fue. Entonces, tal y como hizo con la mujer samaritana, que era otra marginada, Jesús sencillamente se identifica a sí mismo. Lo estás viendo. El hombre espontáneamente se abrió a la fe, creyó y se postró en espíritu.
En unos pocos pasos, hemos pasado pues de una curación a una sanación. El hombre pasa rápidamente de un lugar de aflicción por las dudas sobre su carácter y la experiencia dolorosa de la marginación y el rechazo a una relación de fe vitalmente transformadora.
Como la experiencia del silencio y la presencia penetra más profundamente con el transcurso del tiempo, podemos apreciar cómo el viaje de la meditación nos lleva en la misma trayectoria, aunque quizás no tan rápidamente como la experiencia del ciego.
Traducción: WCCM España