Viernes de la 4ª semana de Cuaresma, 31 de marzo 2017

En Westminster hace unos pocos días un hombre de unos  cincuenta años, nacido en Gran Bretaña, con un largo historial de violencia criminal e inestabilidad, mató despiadadamente a cuatro personas en lo que fue calificado como otro ataque terrorista. La salvaje e insensata imposición de sufrimiento a personas inocentes le rompe a uno el corazón.  Sigue leyendo.

Se desvanece de las primeras planas, se aumentan las barricadas de seguridad y la infección del miedo empeora. Pero el dolor personal de los parientes y amigos de los que fueron asesinados o lastimados por esta muestra tan impersonal de odio, durará toda su vida.   

El trastornado asesino se había convertido al Islam y también cambió su nombre varias veces. Como muchos que matan en el nombre de Alá, se han convertido en realidad a una visión religiosa perversa escondida bajo la etiqueta de esta fe, que les permite ventilar su furia personal contra el mundo y ser aplaudidos por algunos, al hacerlo. La mayoría de estos terroristas parecen ser enfermos mentales, reprimidos, fracasados psicológica y socialmente en la vida,  que son fácilmente captados por radicalizadores sin escrúpulos. Se nos dice que estos eventos continuarán sucediendo. Muchos pueden ser impedidos pero algunos, como este, siempre se colarán en la red. Es algo con lo que Occidente tendrá que vivir hasta que se resuelvan los complejos conflictos políticos y religiosos que no podemos comprender y que vienen sucediendo desde mucho tiempo atrás.  Mientras tanto,  viviremos esta era “terrorista” de la misma manera que la gente ha vivido a través de otros períodos de violencia y caos de hecho incluso peores.

Los medios reportan todo con detalles gráficos, otorgándoles la extensa publicidad que los terroristas ansían. Los políticos y líderes religiosos denuncian estos actos buscando los términos más condenatorios que se puedan usar. Pero hay una sensación cada vez mayor de algo ya visto, de fatalismo en la repetición del shock y de miedo, que lentamente carcomen el corazón de cualquier sociedad. Esto es, por supuesto, lo que los perpetradores del terrorismo quieren.

¿Hay una respuesta contemplativa a estos trágicos acontecimientos de nuestra era del terror?

La contemplación eleva el nivel de sabiduría y compasión en los individuos y en la comunidad. La sabiduría es práctica y sabe que primero ha de proteger a los inocentes de los ataques. Pero también ha de revisar las causas de lo que parece mera locura, hay que hacer las preguntas incómodas. La compasión no puede excluir a nadie, inocente o culpable. No hay una forma más profunda de prevenir la erosión de la sociedad por el miedo o por el odio que extender explícitamente la compasión a los culpables. San Pablo  (Romanos 12:21) dice que ser perdonado  es insoportablemente doloroso, como verter carbón ardiente en la cabeza de tu enemigo. Hace eco del Libro de los Proverbios (25:21) que dice mucho antes de que Jesús lo hiciera central en su enseñanza: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber; así amontonas sobre su cabeza brasas y Yaveh te dará la recompensa”.

El perdón no es una virtud fácil de comprender o de justificar políticamente. Pero es esencial para la sanación y para la supervivencia moral. La tradición de nuestra fe está comprometida a ello. Occidente está ostensiblemente siendo atacado por terroristas porque es cristiano. ¿Qué tan cristiano? Es la pregunta que nos pone a prueba. Cómo lo expresamos es nuestro desafío. En Cuaresma sobre todo, en esta temporada de  simplificación y reducción, y aún bajo ataque y doloridos, podemos recurrir a la sabiduría y compasión presentes en el corazón humano y que es también el origen de nuestra fe.

Traducción: Carina Conte WCCM Uruguay

 

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