Martes de la 5ª semana de Cuaresma, 4 de abril 2017

En la primera lectura de hoy vemos nuevamente a los israelitas encontrar abrumadoramente tedioso el camino en el desierto.  Ellos anhelan variedad y nuevos estímulos, tal como anhelaban antes volver a la comida que les era familiar a costa de reanudar la condición de esclavitud. Si conoces tus adicciones, fácilmente reconocerás esta tendencia recurrente de la voluntad. Sigue leyendo.

En respuesta a su inhabilidad para permanecer aburridos y así trascender su voluntad, encontraron serpientes ardientes que los mordieron. Es un poderoso símbolo de cómo es ser controlado por tus deseos. Y nuevamente, es algo que todos podemos reconocer, a niveles groseros o sutiles. Una aflicción para cualquiera que crea que tiene un completo dominio sobre sí mismo.

La segunda lectura continúa exponiendo el doloroso grito en el desierto de Jesús, en sus relaciones con quienes lo impugnaban y no podían reconocerlo. Esta gente personifica la limitada visión y  la mentalidad sanguinaria de la resistencia al desierto. Muestra el conflicto entre la ignorancia de esa gente y el fracaso de él para comunicarles lo que anhelaban con el anhelo eterno y la parte iluminada que tenemos, de compartir plenamente. “Les he compartido todo lo que he aprendido de mi Padre” les dice a sus discípulos la víspera de su muerte.

Cuando sus detractores le preguntan “¿Quién eres?”, están deteniendo el fluir para etiquetar la experiencia. Para recibir lo que él trata de compartir, ellos tendrían que dejar ir la ilusión de controlar, el modelado de la realidad, que es nuestra peor adicción. Es un grado de pobreza demasiado distante para ellos, como lo es para nosotros la mayor parte del tiempo en la vida,  y mucho del tiempo de la meditación. Él no puede responder en esos términos la pregunta que le hacen y permanecer genuino. Habría tenido que mentir para decirlo de modo que pudiese satisfacerlos y alimentar la auto justificación de ellos. Así que él se mantiene en el fluir y responde invocando a “uno que lo envió”, que es veraz y que le enseñó todo lo que él desea  anunciar al mundo.

En esta ruptura de la comunicación y comienzo de las hostilidades que conducirán a su muerte, él revela una enorme ternura. Ya sea que su Padre tenga una larga barba blanca y esté sentado en un trono o no, él es un océano de verdadera ternura. Esto se acompaña de la siempre vulnerable suavidad del auto reconocimiento que se produce cuando estamos absorbidos en la verdad, en la belleza o el amor. En Dios. 

Él no está tratando de pegar un rótulo tras otro en una guerra de ideas. No está tratando de ganar, de controlar, de establecer un dominio teológico. Confrontado con lo peor de la religión (que con odio niega a Dios en nombre de Dios), él abandona la religión y todo lo que podemos ver es la ardiente luminosidad de su espíritu, de su relación son su origen.

Traducción:  Marina Müller WCCM Argentina

 

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