Miércoles de la 5ª semana de Cuaresma, 5 de abril 2017

Al irnos acercando a la Semana Santa, necesito sacar algo de mi pecho. Es mi problema con la religión, las palabras religiosas, el ritual, el simbolismo, la creencia. Desde la niñez estas cosas han sido bastante preciosas para mí y frecuentemente una fuente de enriquecimiento profundo. Ellas han sido y todavía son, puentes desde la superficie de las cosas a los niveles más profundos de la realidad. Sigue leyendo. 

Para mí, ellas han sido una manera de evitar el horror mundano de vivir en la superficie, como si uno fuera una piedra quitándose la espuma a través de las olas, antes de hundirse como, bueno, como una piedra. Yo siento una afinidad natural con el lenguaje de la religión. Una visión de la vida o del mundo que ridiculice o excluya me parece muy incompleta. Los intentos por parte de regímenes totalitarios del siglo veinte para erradicar la religión fallaron, como les pasaría a los intentos de prohibición de la música, del arte o (como Platón quiso hacer en su mundo ideal) la poesía. Sin embargo debemos dejar al descubierto y evitar la mala religión, que es también una posibilidad, como lo es la mala música o el mal arte. No nos pondremos aquí en cómo decidir qué significa bueno y malo. La mayoría de la gente estaría de acuerdo con que el evangelismo de la televisión americana que explota a los pobres y les promete favores de parte de Dios en retorno por las donaciones al lujoso estilo de vida del evangelista es un ejemplo de mala religión. O una religión que no respete otras religiones.

Aún, la Cuaresma se siente para mí de alguna manera como un descanso refrescante de la religiosidad, una reducción en la dosis. El énfasis está más bien en el desierto que en la iglesia, en el silencio más que en las palabras, en la quietud más que en el ritual. La vida del monje, como yo cité de San Benito algunas semanas atrás, es una Cuaresma perpetua. Yo lo tomo en este sentido, no solo caminando en la cuerda floja de la moderación, sino no dejando que la religión se salga de proporción. Por ejemplo, Benito (que no era sacerdote) dijo que las herramientas de trabajo del monasterio deberían ser tratadas con la misma reverencia que los recipientes del altar. La religión no debería ser secuestrada, aislada de la vida corriente. Lo sagrado y lo profano deben fusionarse en una religión centrada en la Encarnación y la humanidad de Dios.

Eso no significa que los monjes del desierto o San Benito eran cuáqueros. Una vida sin la Eucaristía, para mí, sería como caminar por el desierto de la vida sin maná. Pero es un sacramento, no magia, un signo de una realidad cuya fuente se encuentra dentro de nosotros, no una manera de manipular las cosas o una actividad compulsiva. Es por esto que la experiencia contemplativa, al ser despertada por la meditación diaria, aunque amenazante para algunas personas piadosas, en verdad ayuda a aquellos que son apartados por la religiosidad de la iglesia a reconectarse a su vida simbólica y lenguaje en una nueva manera. Tú no necesitas ser religioso para que la meditación te guíe al interior  de la experiencia de contemplación. Uno no puede decir que la meditación te hará religioso, en el sentido convencional de convertirte en asistente regular a la iglesia; pero revelará la verdadera naturaleza y significado de religión.

Aquino dijo que “La Creación es la principal y más perfecta revelación de lo divino”.  Estar en comunión con la naturaleza es por lo tanto una forma de adoración. La Creación, el bello mundo, es la iglesia esencial. Me crucé con esta cita de Aquino en un libro acerca del cual me gustaría comentarles mañana. No un libro de lecturas para Cuaresma, me apresuro a añadir, pero un buen libro para Cuaresma.

Traducción: Jorge Rago WCCM Venezuela

 

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