Viernes de la 5ª semana de Cuaresma, 7 de abril 2017
Claramente, el nivel de atención consciente en la vida cotidiana está cayendo en el mundo. Haces un pedido en un restaurant o entregas información a alguien clara y concisamente, y en su respuesta hacen preguntas sobre ello, claramente sin haber escuchado lo que dijiste unos segundos antes. Algunas personas pueden no tener la atención suficiente como para darse cuenta de que la otra persona no estaba prestando atención. Sigue leyendo.
Eso es particularmente preocupante cuando la conversación subsiguiente se parece más bien a dos personas mentalmente perturbadas que están tan aisladas en sus propios mundos imaginativos que no pueden escuchar o ver nada fuera de él. Terminan hablando “contra” otros y no con ellos.
Esta desatención crónica en nuestro mundo revela la locura de la excesiva actividad y la excesiva estimulación mental. Nos sentimos obligados a hacer muchas cosas simultáneamente aunque sea obvio que la multi-tarea daña la calidad de los resultados de lo que estamos haciendo. Detrás de esta compulsión puede estar el deseo de escapar de la realidad, evitando verdades difíciles. O, quizás, una competitividad ansiosa y el temor de que otros, haciendo más que nosotros, nos harán lucir como de segunda categoría o como perdedores. Lo primero que se pierde entonces es la alegría del trabajo y la satisfacción de la creación. Nos convertimos en meros hacedores, midiendo cantidad y disimulando nuestras limitaciones con tecnicismos y, por supuesto, con más trabajo de cada vez menor calidad.
Naturalmente la cantidad de actividades que podemos hacer, sin perder nuestra salud mental y nuestra atención, varían de una persona a otra y según factores externos. Algunos crecen saludablemente con una vida atareada. San Benito decía que la ociosidad es la enemiga del alma y fue el primer gran consultor en gestión del tiempo, llevando una agenda de cada día para poder hacer las cosas de una manera equilibrada y disfrutable. Pero sabía que algunos eran más lentos que otros, lo que no quiere decir que sean menos brillantes, y que la comunidad (un buen equipo) debe dar cabida a muchos tipos de personalidades.
Cuando un monje está rezando su oficio hay muchos textos que se sabe de memoria. No necesita leerlos de la página. Pero esto significa que puede fácilmente derivar a la multi-tarea. Mientras repite el Benedictus en la mañana, de pronto se da cuenta de que ha perdido el hilo de las frases porque ha comenzado a planificar su día o a resolver un problema o incluso a pensar en la próxima lectura de Cuaresma. Éste es el pie para comenzar de nuevo, para volver atrás y repetir el Benedictus desde el principio. Quizás el valor espiritual del ejercicio radique más en fortalecer su propia capacidad de atender que en decirle a Dios lo que Dios ya sabe.
Simone Weil aprendió el mantra de esta manera. Se dispuso a repetir el Padre Nuestro regularmente con absoluta atención. En cuanto su mente se iba a la deriva, ella volvía al principio. Esta es la base para su visión de que la esencia de la oración no es la intención sino la atención.
La oración no es solo una acción explícitamente religiosa. Un mozo tomando una orden en una mesa en una noche atareada convierte su trabajo en oración si escucha, comprende, y entrega el plato correcto a la persona correcta. Y la propina que reciba puede reflejar esto, siempre que el cliente haya estado lo suficientemente atento como para notarlo.
Traducción: Carina Conte, WCCM Uruguay