31 de diciembre 2017

                                                           Photo by jwb-photography on Visualhunt.com / CC BY-NC-SA

Un fragmento de Laurence Freeman OSB, sobre ASPECTS OF LOVE: On Retreat with Laurence Freeman (Londres: Medio Media, 1997), pág. 54-55


Podemos aprender a ver la realidad. Tan solo verla y vivir con ella es sanador. Nos lleva a una nueva clase de espontaneidad, la espontaneidad de un niño que aprecia la frescura de la vida, lo directo de la experiencia. Debemos recuperar esta espontaneidad para poder entrar al reino. Es la espontaneidad de la moral verdadera, de hacer las cosas correctas en forma natural, sin vivir solo por las reglas de los libros sino vivir en la única moralidad, la moralidad del amor. La experiencia del amor nos da una capacidad renovada para vivir con menos esfuerzo. Se vuelve menos lucha, menos competitiva, menos adquisitiva, conforme nos abre a lo que hemos podido asomarnos de alguna manera en algún momento a través del amor, que nuestra naturaleza esencialmente es alegre. En lo profundo de nuestro ser somos seres alegres. Si podemos aprender a saborear los regalos de la vida y a ver lo que la vida es en realidad, estaremos mejor equipados para aceptar sus tribulaciones y el sufrimiento. Esto es lo que aprendemos gradualmente, poco a poco cada día, conforme meditamos.

La meditación nos lleva a entender lo maravilloso de lo ordinario. Nos volvemos menos adictos a la búsqueda de estimulaciones, diversión, entretenimiento extraordinario, o distracciones. Empezamos a encontrar en las cosas ordinarias de la vida diaria que este fondo de radiación de amor, la presencia permanente de Dios, está en todas partes y siempre.

 

Después de la meditación: “A Landscape”, por Carl Dennis en NIGHT SCHOOL (New York: Penguin Poets, 2018), noted in Poem-a-Day@Poets.org, 12.26.17

La pintura de un granero y un corral cerca del atardecer
puede ser suficiente para sugerir que no tenemos que voltearnos
del mundo visible al invisible
para poder captar la verdad de las cosas.
No tenemos que desconfiar siempre de las apariencias.
No si somos pacientes. No si estamos dispuestos
a esperar a que el sol llegue al ángulo
en el que lo que toque, sin importar que tan retirado,
se sienta invitado a dar un paso al frente
hacia un instante que nos puede parecer
familiar si nos diéramos más a menudo
a la tarea de atestiguar. Ahora para atestiguar
un granero y un corral en un día de descanso
cuando el velo usual de polvo y el humo
se levantan un momento y las cosas aparecen
similares a lo que son en realidad.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos