17 de marzo 2019

                                                          Photo credit: Bardia Photography on Visual hunt / CC BY-NC-ND

Un fragmento de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends”, Boletín Internacional de WCCM, Invierno 2001


La paz no se alcanza por extirpar y destruir el mal. Cuando nos volvemos conscientes de nuestros vicios -ira, orgullo, avaricia, lujuria- el intento por destruirlos fácilmente degenera en odio hacia nosotros mismos. Después de todo, ¿si no podemos amarnos a nosotros por qué molestarnos en amar a otros? En lugar de tratar de destruir las faltas es mejor buscar implantar las virtudes -un trabajo más lento y menos dramático, pero más efectivo. Y al evitar los peligros de la hipocresía religiosa y la arrogancia, el trabajo crea una personalidad más agradable con que trabajar. Oculta dentro de todas nuestras faltas -nuestra capacidad para el mal- existen también las semillas de las virtudes, muchas virtudes. El terrorista puede haber tenido una semilla de justicia en él antes de que su ira e ilusión de ser un instrumento de la cólera de Dios se apoderara de él. Cuando llevamos a cabo una guerra contra nosotros mismos (muchos de los más grandes fanáticos religiosos han sido abnegados) nos arriesgamos a un gran daño colateral: en la destrucción de nuestras semillas de virtud. Toda clase de violencia es un crimen contra la humanidad porque priva al mundo de una bondad desconocida.

El primer paso para implantar las virtudes que eventualmente van a subyugar a los vicios es establecer la virtud fundamental de oración profunda y constante. A través de este ritmo silencioso de oración, la sabiduría penetra silenciosamente nuestra mente y nuestro mundo. La sabiduría es el poder universal que saca lo bueno de lo malo. Como dice el libro de la Sabiduría, “la esperanza para la salvación del mundo estriba en el mayor número de gente sabia”. Los sabios conocen la distinción entre el autoconocimiento y la auto-obsesión, entre desapego y dureza de corazón, entre corrección y crueldad. No hay reglas para la sabiduría. Las reglas nunca son universales. Pero la virtud si lo es.

 

Después de la meditación, un fragmento de El Libro de la Sabiduría 7:21-29 en la Biblia de la Comunidad Cristiana (Quezon City, Filipinas: Clareatian Publications, 1997), pág. 92

La sabiduría sobrepasa en movilidad a todo lo que se mueve, permea y penetra todas las cosas.

Es un aliento del poder de Dios, una emanación de gloria; nada impuro puede entrar en ella. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la acción de Dios y una imagen de la bondad de Dios.

Ella es solo una, pero sin embargo, la Sabiduría pueda hacer todas las cosas y, manteniéndose sin cambio, cambia todas las cosas. Entra en las almas, convirtiéndolas en profetas y amigos de Dios… Es más hermosa que el sol y sobrepasa todas las constelaciones; le gana a la luz, porque la luz da paso a la noche, pero el mal no puede prevalecer contra la Sabiduría.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos