21 de abril 2019

                                                Photo credit: Mike Boening Photography on Visual hunt/CC BY-NC-ND

Un fragmento de las Reflexiones de Semana Santa del 2008 de Laurence Freeman, publicado en WCCM. Org.


En este momento no hay una nube en el cielo y la luz clara está llamando a todos los colores escondidos, sombra y textura del mar, árboles y montañas. La naturaleza nos facilita creer que estamos en el viaje humano hacia la luz de Cristo, el sol de la resurrección que nunca se pone. El pronóstico del tiempo, sin embargo, nos previene de algunos castañeteos fríos y lluvias (esto es Irlanda) al igual que sabemos que nuestras vidas no pueden estar libres de sufrimiento, (. . .)

Durante estos días estamos empoderados y sensibilizados para responder a todo el espectro del ser humano que la Pascua ilustra. Con nuestra presencia en la Cena del Señor experimentamos la alegría y las tensiones de estar en comunidad, lavando los pies unos a otros y aprendiendo lo que significa una relación fiel. El Viernes nos enfrentamos a la más profunda represión de nuestra mente, el hecho mismo y el miedo a la muerte, el terror a una profunda pérdida y abandono. Aprendemos que al enfrentarlo podemos tocar un significado que abre una puerta a través de la cual debemos pasar, pero la cual es aun un pasadizo hacia lo desconocido. El Sábado descansamos sobre el horizonte de ese significado, balanceado entre pérdida y encuentro. No estamos seguros ni convencidos, sin embargo, no nos hemos cerrado a la posibilidad - la posibilidad que surge temprano en la mañana desde la nada de la tumba hacia la inundante realidad de una vida nueva.

 

Después de la meditación, “Morning in a New Land”, Mary Oliver, NEW AND SELECTED POEMS (Boston: Beacon Press, 1992), pág. 251

La Mañana en una Nueva Tierra

En árboles todavía gotea la noche algunos pájaros sin nombre
despertaron, sacudieron sus alas como flechas, y cantaron,
lentamente, como estremecimientos que se filtran a través de un sueño.
El sol rosado cayó, como cristal, hacia los campos. 
Dos tordillos castaños, y uno moteado,
sus hombros mojados con luz, sus cabellos obscuros fluyendo,
subieron la colina. La última niebla cayó.

Y bajo los árboles, más allá de la fragil deriva del tiempo,
estuve parado, como Adán en su jardin soliario
en esa primera mañana, sacudiéndose del sueño, 
frotándose los ojos, escuchando, separando las hojas,
como tejido de algún vasto, increible regalo. 

 

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos