9 de junio 2019

                                                          Photo credit: matt knoth on VisualHunt.comCC BY-NC-ND

De Laurence Freeman OSB, The Power of Attention, THE SELFLESS SELF

(London: DLT, 1989), págs. 31-35


Siempre ha existido un gran peligro, pero uno que especialmente existe para nosotros hoy, en nuestra sociedad narcisista y cohibida, de confundir la introversión, la auto fijación, el auto análisis, con la  interioridad verdadera… Ser interior verdaderamente es totalmente opuesto a ser introvertido. En la conciencia de la presencia que habita en nuestro interior nuestra conciencia se voltea, se convierte, para que ya no más, como hemos hecho habitualmente, nos veamos, anticipando o recordando sentimientos, reacciones, deseos, ideas o sueños. Nos estamos volteando hacia algo más. Y eso siempre es un problema para nosotros.

Sería más fácil, pensamos, voltearle la cara a la introspección si supiéramos hacia qué nos estamos volteando. Si tan solo tuviésemos un objeto fijo al que mirar. Si tan solo Dios pudiera ser representado por una imagen. Sin embargo, el Dios verdadero nunca puede ser una imagen. Las imágenes de Dios son dioses. Al hacer una imagen de Dios simplemente acabamos por ver una imagen reconstruida de nosotros mismos. Ser verdaderamente interiores, abrir el ojo del corazón, significa estar viviendo dentro la visión sin imágenes que es la fe, y esa es la visión que nos permite “ver a Dios”. En la fe, la atención ya no es controlada por los espíritus del materialismo, la auto búsqueda, y la auto preservación, sino por un Espíritu Nuevo que por su naturaleza es desposesivo. Siempre está soltando y continuamente renunciando a las recompensas de la renunciación, que son muy grandes y por ello más necesario que sean regresadas.

No hay un desafío más crucial que entrar en la experiencia de permanecer centrado en el otro. Es un estado extático continuo de desposesión. Podemos darnos una idea de esto sencillamente al recordar aquellos momentos o etapas en la vida en donde experimentamos el estado de paz más alto, de realización y alegría; y reconocer que esos momentos fueron aquellos en que no tuvimos posesión alguna, sino que nos perdidos en algo o en alguien. El pasaporte hacia el reino requiere un sello de pobreza.

 

Después de la meditación: Stanza 7 de “October” por Mary Oliver en NEW AND SELECTED POEMS (Boston: Beacon Press, 1992), pág. 62

Algunas veces al final del verano no toco cosa alguna, 
ni las flores, ni las frambuesas rebosando en los matorrales; 
no beberé del estanque; 
no nombraré los pájaros o los árboles;
ni susurraré mi propio nombre.

Una mañana la zorra bajo de la colina, reluciente y confiada,
y no me vio 
—y pensé: 

así que esto es el mundo.
No estoy en él.
Es muy bello.

 

Selección: Carla Cooper

Traducción: Guillermo Lagos