Primera Semana de Adviento 2019

El reloj comienza a correr hacia Navidad... ahora.

Si no tuviéramos el sentido del tiempo sagrado, la vida sería un paisaje sombrío por el que caminar. Se convertiría solo en un tedioso ciclo de trabajo, vacaciones, compras, entretenimiento, resolución de problemas, que siempre se ejecuta desde una sensación de no completitud o pérdida. El tiempo sagrado derrama color (púrpura para el Adviento) sobre un mundo tan monocromático. Suscita una sensación de expectativa, una certeza dentro de la incertidumbre, una emoción de una inminente revelación de la realidad que no decepcionará ni demostrará ser ilusoria.

El tiempo sagrado del Adviento no solo promete esto: insiste en que algo o alguien real se nos acerca a través del terreno de la vida. Jugamos el juego del tiempo sagrado y aprendemos directamente lo serio que solo el juego puede dar. Estamos esperando ver qué o quién viene y lidiar con la duda (que fácilmente se convierte en una píldora amarga) de que nada puede venir y nada hará que nuestra espera vacía se vuelva aún más solitaria. Si no llega nada, estamos solos otra vez. Pero, si nos sentimos cada vez menos agobiados por las posesiones y los apegos, entonces la espera será recíproca. Porque quien sea o lo que sea que se esté moviendo a través del tiempo hacia nosotros está esperando el encuentro, el reconocimiento y el abrazo que da la bienvenida a la nueva llegada. Y siempre que llegue será, literalmente, asombroso.

Adviento nos ofrece un tiempo sagrado para reflexionar, varias veces al día si lo deseamos, sobre cuán conscientemente estamos viviendo. En la vida ordinaria apenas logramos reflexionar sobre cosas más profundas durante más de unos momentos arrebatados del ajetreo. La reflexión comienza con el auto cuestionamiento. ¿Estamos aceptando completamente el momento en que estamos o fantaseando con algo en el pasado o en el futuro? ¿Estamos realmente esperando? Estar verdaderamente en el presente significa esperar, ser real, y saber con la sabiduría que surge en la quietud que lo que estamos esperando ya ha llegado. Este tipo de espera es una verdadera esperanza, no el compuesto habitual de sueños y deseos, sino la certeza central de que el resultado final ya ha sucedido y está esperando nacer en el tiempo y las circunstancias. Para alcanzar este estado se requiere una renuncia repetida y a veces insoportable de la ilusión y de toda imaginación egoísta. La ilusión se transforma y reaparece constantemente. Por lo tanto, necesitamos una práctica regular. Y si enfatizamos la fidelidad a nuestra cita dos veces al día con la realidad en las próximas semanas, sería un tiempo bien aprovechado

¿Estamos realmente esperando? ¿O estamos huyendo de la duda de que no pasa nada en esta quietud y silencio? Esperar no es pensar en nuestro sentido de separación o estar incompleto, o satisfacer el temor de que nunca seremos completos. Esperar significa renunciar a estos pensamientos y sentimientos obsesivos y salir de la órbita del ego temeroso. Significa ceder a la emoción de la satisfacción y la desgarradora belleza de Cristo que se está formando en nosotros ahora y que, seguramente, nacerá a tiempo. Adviento, entonces, se trata de esperar el amor. Pero como dijo Rumi, "los amantes no se encuentran finalmente en algún lugar. Están el uno en el otro todo el tiempo".

 

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