Segunda semana de Adviento 2019

Una vez estaba caminando por el monte australiano a la luz de la luna. A medida que cruzaba un arroyo, y al caminar con cuidado de una piedra a otra, miré hacia abajo y vi a un pequeño ser extraño que me miraba con curiosidad desde el agua. Me sorprendió, pero no me asusté, y volví a dar un paso atrás para verlo de nuevo. Se había ido y me di cuenta, un tanto triste, de que era un truco de la luz y de mi imaginación. 

Los dioses abandonaron a la humanidad hace mucho tiempo. Fueron desterrados por la ciencia y se desvanecieron a medida que entendíamos mejor nuestro propio inconsciente. En este momento de nuestra evolución se puede hacer mucho más que tratar de recuperar a los dioses antiguos. Su desaparición tal vez ha dejado un lugar más opaco en el mundo. Pero la nueva dispensación, el nuevo pacto cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, expulsa los temores ligados al viejo orden. Es un mundo más libre, una relación adulta con lo divino. Aquí aprendemos a esperar con alegre esperanza incluso en la ausencia, incluso en el vacío. Esperamos con una imaginación vacía de imágenes, sintiendo la presencia real que se manifestará en todo, en todas partes, siempre.

La humanidad está permanentemente embarazada de esta presencia. Un embarazo humano ordinario enseña a los futuros padres que esperar no equivale a retrasar o posponer el embarazo. Es la preparación y maduración. Es la verdadera paciencia la que nos enseña que sólo a través del tiempo se conquista el tiempo. Por lo tanto, no hay razón para la impaciencia mientras una nueva forma de vida crece en cualquier tipo de útero. Mientras el misterio crece, la vida ordinaria continúa al hacer compras, cocinar, tratar con los constructores, hablar con los amigos. Pero todo el tiempo «la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo»... (Marcos 4:27). La espera fiel a lo que está creciendo es el momento presente.

Cuando ocurre el nacimiento, la maravilla de la culminación va acompañada de la ansiedad de cuidar de lo que ahora está aquí para ser amado, pero que sigue siendo tan vulnerable y delicado. La nueva vida es resistente y, sin embargo, peligrosamente tierna. Así que el nacimiento es el final de la preparación pero el principio de una serie interminable de etapas de crecimiento. Epiktesis (Fil 3:13) es la palabra griega que significa seguir adelante. Eso es lo que define una vida espiritual, que no hay una meta final excepto la trascendencia de cada meta tan pronto como se ha alcanzado. Puede parecer agotador, pero es el secreto de la expansión infinita e ilimitada del amor. Se refleja en la práctica de regresar continuamente al mantra.

La gente que llega a la meditación por primera vez con una mente a corto plazo y orientada a un objetivo, a menudo habla de ella como de una «herramienta». Aquellos para quienes se ha convertido en una forma de vida, un camino hacia una vida más profunda, lo consideran más como una relación continua, una historia de amor. El poeta Rilke escribió que «incluso entre las personas más cercanas existen distancias infinitas.»  ¿No están los amantes siempre llegando a los precipicios entre ellos? 

La vida y el tiempo de Adviento nos aseguran que el matrimonio del infinito y la intimidad es encarnación, corporeidad plena.

 

Laurence Freeman OSB
Traducción: Elba Rodríguez (WCCM Colombia)

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