Viernes de la segunda semana de Cuaresma 2020

Alegría en las garras de la desesperación: una contradicción. Las paradojas son contradicciones positivas por las cuales la verdad se escapa de nuestras ideas preconcebidas selladas y del pensamiento empaquetado. La palabra griega para "verdad" (aletheia) significa divulgación o esclarecimiento. Cada vez que tenemos la verdad envuelta nos encontramos con una sorpresa, a veces agradable, a veces difícil. Dios siempre nos toma por sorpresa cuando lo vemos a Él o a Ella suceder. Vislumbramos la presencia imperceptible que, aunque no cumple nuestros deseos, nos hace saber que está allí.

Hace algunos años, una joven me contó cómo había sentido esto de una manera tan ordinaria que parecía tonto nombrar a Dios en absoluto. Estaba en una profunda tristeza y se sentía bastante desesperada. Una relación en la que ella dio todo de sí misma había pasado por un colapso y parecía destruida.
 
Estaba aturdida por las ondas emocionales que la mareaban con una sensación de irrealidad. Sintió culpa, ira y abandono, dardos de negación, tontas negociaciones mentales y profundo dolor. Fue una agonía mortal. Morir realmente mientras aún se está vivo es tan horrible que, comprensiblemente, surgieron pensamientos de elegir terminar con todo. ¿Por qué no morir ahora en lugar de colgar en una cruz sin poder esperar nada más que la muerte?
 
Un día, camino al trabajo, se dio cuenta de que su suéter estaba lleno de agujeros y decidió comprar uno nuevo. En una tienda vio una variedad de suéteres que le gustaban. Mientras miraba, apareció una asistente de ventas. Se sintió irritada por su presencia justo en un momento que ella estaba logrando un respiro de sus pesadas emociones al mirar los colores y estilos. Pero la asistente no se fue y resultó ser realmente servicial y preocupada por ella, y tenía buen gusto. Entre ambas hicieron una elección.
 
Señalando los agujeros en su viejo suéter, la joven dijo que usaría el nuevo inmediatamente. Mientras iba a pagar, la asistente, una mujer extranjera mayor, le dijo que, si tenía veinte minutos, le repararía el viejo suéter sin cargo. La tomó de sorpresa, la dejó sin palabras. Menos de veinte minutos después, el suéter estaba reparado tan bien que no se podía ver dónde habían estado los agujeros. Ella le ofreció dinero a la asistente, pero esta lo rechazó fuertemente. Mientras buscaba palabras para agradecer a la mujer mayor, sus propias emociones surgieron descontroladamente y comenzó a llorar. Miró a la mujer mayor, presionó su mano y salió rápidamente de la tienda.
 
Pensé en esta historia hace unas semanas caminando con los peregrinos temprano en la mañana por la Vía Dolorosa. Jesús cayó tres veces, camino a la cruz. Fue física y emocionalmente demasiado. En la primera caída, se le exigió a un transeúnte, Simón de Cirene, quien recién entró en la historia ese día, ayudarlo a llevar la Cruz. Su ayuda no evitó la crucifixión, pero lo recordamos dos milenios después.
 
Enterrada en su desesperación, ¿qué habrá sentido la joven, sorprendida por la gracia extraordinaria de la vendedora? Una desconocida, quien percibió la abrumadora tristeza de su cliente y se sintió conmovida no a entrometerse, sino a manifestar una presencia mayor que ella en un acto de bondad desinteresada.
 
Laurence Freeman, O.S.B.
 
Traducido por Mary Meyer, WCCM Paraguay
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