Viernes de la cuarta semana de Cuaresma 2020.

El virus global nos está enseñando a todos muchas cosas. Cada persona está recibiendo esta enseñanza individualmente a través del contexto de su propia historia y personalidad. Y por supuesto estamos aprendiendo colectivamente lecciones duras y necesarias.

Con el impacto económico de la crisis causando profunda preocupación, nos vemos forzados a hacer preguntas que no son bienvenidas sobre valores fundamentales: —¿Vamos a seguir creyendo insanamente que el PBI tiene que crecer continuamente? ¿Aprenderemos a vivir dentro de nuestros límites? ¿Podremos descubrir el significado de “suficiente”? ¿Le enseñaremos a la próxima generación que contentarnos con suficiente es la condición para la felicidad que hemos estado buscando en los lugares equivocados y de las peores formas?

Sin embargo, el virus primeramente nos está enseñando realismo. No podemos controlar la diseminación del virus saliendo en los días lindos a playas o parques llenos de gente. Lo que vemos en la pantalla es real en nuestras propias vidas. Con una fuerte dosis de realismo, estamos prontos para aprender la paciencia.

La paciencia es una virtud preciosa porque es un elemento básico para aprender cualquier cosa. Quizás luego de la crisis, cuando los colegios y facultades abran nuevamente, nos acordaremos de lo que significa la paciencia. No consideraremos la educación como algo que ha de calentarse rápidamente en el microondas para ser entregada bajo la forma de un título. Encontraremos repulsivo que la educación, aún al nivel elemental para niños pequeños, produzca stress, ansiedad y enfermedad mental por causa de la competitividad y obsesión por la evaluación cuantitativa. ¿Nos acordaremos de que criar niños requiere pasar tiempo con ellos porque necesitan embeberse de atención personal en lugar de ser atendidos por niñeras digitales?

Quizás aprendamos que lleva tiempo aprender cualquier cosa: que nuestra impaciencia por convertirnos en expertos en algo en una vía rápida pagada en exceso no conduce a un trabajo bueno.

Quizás recordemos que la Meditación no fue inventada y envasada para ayudarnos a gestionar nuestro stress o solo para resolver problemas y luego continuar con el estilo de vida que causó esos problemas. Meditamos, como dijo John Main, porque estamos hechos para meditar. La meditación trata de abrir nuestros ojos a la realidad en su colorida diversidad y maravillosa simplicidad. La Meditación nos enseña paciencia y necesitamos paciencia para disfrutar.

También la necesitamos para saber cómo sufrir. Quienes se han convertido en pacientes en sus casas o en hospitales habiéndose contagiado el virus, aprenden cómo la paciencia enseña. Como la raíz de la palabra en sí misma muestra, la paciencia es la cualidad de sufrir. Pensar que la paciencia se trata solamente de esperar que algo llegue y se vaya nos vuelve manifiestamente impacientes. La paciencia nos enseña cómo aceptar y crecer a través del sufrimiento. Cómo resistir, ser resiliente, cómo estar en paz, y cuidar de otros aún en nuestra propia aflicción.

En un mundo hedonista, al buscar la felicidad en los lugares equivocados, creamos sufrimiento sin aprender cómo sufrir. Así que recordemos esto en esta segunda mitad de Cuaresma. Nos estamos preparando para contemplar la Pasión de Cristo. Pasión, en este sentido, es la paciencia más profunda, el puente entre el sufrimiento y el gozo.

 

Laurence Freeman O.S.B.

Traducción: Carina Conte, WCCM Uruguay

 

 

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