Cuaresma 2012. Viernes de la 5ª Semana de Cuaresma

La humanidad siempre ha visto al mundo en término de grandes ciclos naturales. Todo lo que fue será nuevamente, dice uno de los libros de sabiduría de la Biblia. Las estaciones giran como las constelaciones, predecibles y tranquilizando a aquellos de abajo que experimentan cambio y mortalidad. La repetición, sin embargo, tiene un doble filo: es confortable en su predictibilidad, pero tediosa en su monotonía.

 

Así que tratamos de tener lo mejor de ambos mundos, buscando el cambio cuando puede satisfacer mejor nuestros deseos y aferrándonos al statu quo porque, aunque incompleto, es lo que conocemos mejor.

Quizás la mayor parte de la historia de la humanidad y la mayor parte de nuestras vidas son usadas tratando de hacer cuadrado este círculo.

El ciclo de la naturaleza es el compás del contrabajo. Pero sobre ese compás preparamos las variaciones creativas que nos ofrecen libertad de todas sus monotonías. Una vez que el espíritu de la creación ha sido liberado, nos sentimos conectados a la fuente de esta repetición cíclica que nunca es tediosa y es siempre nueva. La experiencia de Dios, como el manantial de todo lo que existe, es finalmente el objetivo de todo esfuerzo y deseo humano, incluso de los más ofensivos y engañados.  Como las grandes migraciones, que constantemente ocurren a nuestro alrededor en la naturaleza, siempre buscamos el hogar porque allí es donde podemos estar satisfechos y en paz; seguros y capaces de crecer.

“El Padre está en mí y yo estoy en el Padre”.

En peregrinación, en el gran éxodo de la opresión del espíritu, nos damos cuenta que llevamos el hogar dentro nuestro y que progresamos hacia él en ciclos de descubrimiento y desposesión, de encuentro y pérdida. En el éxodo diario de nuestra meditación giramos la rueda de la oración y ella siempre nos lleva a algún lugar nuevo.

Laurence Freeman OSB

Traducido por Javier Cosp Fontclara

 

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