Martes de Semana Santa 2012

“Ahora el Hijo del Hombre ha sido glorificado”. Esta fue  su respuesta en el momento en que su fe fue sellada y uno de sus discípulos cercanos “lleno de Satanás” se aleja de la mesa común para traicionarlo.

El acto de la traición personal se pierde en la historia sin explicación. Nadie puede convencerse que lo ha hecho solamente por dinero. Inexplicablemente ese hecho parece haber sido necesario porque conduce al principal actor a su supremo momento.

Hablamos de gloria en una batalla, del tiempo glorioso, y de la gloria de Dios. Pero esta Gloria sucede en un momento de derrota y decepción. Cuando alguien en quien hemos depositado nuestra confianza o esperanza nos decepciona, o colapsa un plan en el que hemos estado trabajando, parece insólito o raro hablar de gloria.

Cuando tratamos de abrir una vieira fresca, la coraza ofrece una firme resistencia. Se la siente firme y resistente al cuchillo que tratamos de deslizar entre las dos bisagras que  protegen su mundo. El arte de este acto cruel, sin el cual no habría granjeros mariscadores, es el de encontrar el músculo que las mantiene tan apretadas, y deslizar el cuchillo a través. Luego la concha se abre, y la deliciosa comida aparece, y es así como continúa la cadena alimenticia.

Nosotros preferiríamos no observar este acto, ni escuchar hablar de él, pero esto es parte del mundo en el que habitamos. El final de una vida es el alimento de otra en la cadena del existir. Deberíamos reconocer este sacrificio individual y sentir la pérdida de vida como algunos nativos americanos que según dicen, agradecen al árbol que después cortarán.

Si el final de una vida es aceptado de esta humilde forma, es como si fuera una  apertura hacia algo. El lado oscuro de ello es como una sombra proyectada  por la intensa luz que ha sido liberada.

Laurence Freeman OSB

Traducido por Marta Geymayr

 

 

 

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