Sábado de la tercer semana de Cuaresma.

Evangelio: Quien se enaltece será humillado, pero quien se humilla será enaltecido. Lc 18, 9-14.

Estamos en la recta final, en plena Cuaresma. El miércoles de ceniza, al comenzar nuestra travesía de cuarenta días por el desierto, recordamos nuestra mortalidad. No para sembrar el miedo, sino para liberarnos del temor, a menudo reprimido, del paso del tiempo y de nuestra eventual salida de este terreno de la existencia hacia lo inimaginable. Sigue leyendo.

Recordar que somos polvo es un muy conocido tónico espiritual en todas las tradiciones. Nos prepara para la muerte, reduce nuestra ansiedad por ella y nos permite saborear más intensamente las maravillas de la vida al ver cómo lo inimaginable ya impregna el presente.

El final de la tercera semana de Cuaresma es, pues, un buen momento para mirar hacia atrás y ver las huellas que hemos dejado en el camino. ¿Dónde estamos ahora en comparación con ese entonces? Podríamos juzgarnos a nosotros mismos sobre el cumplimiento de nuestros propósitos. Pero lo más importante es que reflexionemos sobre lo que hemos aprendido. "¿He aprendido realmente algo?” A menudo nos tambaleamos cuando se nos pone en este aprieto.  Sin embargo, no podemos transitar a lo largo del tiempo sin aprender algo, aunque sea para entender por qué creemos que no hemos aprendido nada.

Las ideas y las experiencias también son pasajeras. Por eso, si limitamos lo que hemos aprendido a lo que hemos leído o escuchado o a los acontecimientos, nos sentimos desanimados. Las ideas, las películas, los encuentros, los altibajos emocionales nos enseñan, por supuesto; pero su impacto se desvanece. ¿No es sorprendente cómo nos cuesta recordar lo que una vez nos sobrecogió? Todas las experiencias en el río del tiempo son arrastradas al mar. ¿Entonces, aprendemos algo?

Sentir que no aprendemos nada es deprimente. Juzgar mal lo que hemos aprendido es un error innecesario que nos frena. El aprendizaje, en el nivel más profundo, no consiste en seguir el flujo de información. Hoy en día, la educación se limita en gran medida a la información y a los conjuntos de habilidades que tienen asociado un valor económico. En algunos países, en este momento, se considera que los niños que vuelven a la escuela después del encierro sólo se han "quedado atrás" en la carrera por los exámenes y las calificaciones. Lo que podrían haber aprendido de su dolorosa experiencia de Covid es más urgente. Se proponen vacaciones más cortas y jornadas escolares más largas para ayudarles a ponerse al día. ¿Habrán aprendido a vivir mejor, con más sabiduría y resiliencia? ¿Se están perdiendo la oportunidad de plantear la cuestión fundamental de qué es realmente la educación? Una de las mayores artistas del siglo XX, la escultora Barbara Hepworth, recibió una evaluación de la escuela de arte en la que se le decía que carecía de todo talento y que "no tendría futuro en la escultura".

Todo lo que aprendemos, incluso lo que olvidamos rápidamente, es útil. Pero es secundario comparado con la vida como escuela para llegar a ser plenamente humanos. El verdadero aprendizaje consiste más bien en lo que puede llamarse intuición, la fuente de toda creatividad, genio y valor. Lo que aprendemos en el corazón es que siempre estaremos buscando cómo entender y expresar mejor las verdades más importantes que descubrimos. Cuanto más las conocemos, más necesitamos el don contemplativo del desconocimiento.

Como camino del corazón, la meditación nos enseña a aprender y a vivir.

Traducción: WCCM Argentina

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