Sábado de la cuarta semana de Cuaresma

Evangelio: La gente estaba dividida a causa de Jesús. Jn 7:40-52.

Una meditadora quería enseñar a meditar a sus nietos. Su hija, que era una atea decidida, aceptó con la condición de que dejara la religión fuera del asunto. La mujer respetó sus deseos pero cuando tuvo que elegir un mantra para darle a los niños, no pudo decidirse, así que les pidió que ellos mismos lo eligieran. Sigue leyendo

El pequeño eligió ‘pastel de carne’ porque era su comida favorita. Tras pensarlo un rato, su hermana eligió la palabra ‘diccionario’ porque ‘contiene todas las palabras’.

Las personas pueden tomar mucho tiempo antes de decidirse por un mantra y a veces nunca lo logran. Buscan incesantemente una palabra con sentido, más ‘poderosa’, sin comprender que la meditación no es lo que pensamos. La tradición dice que te apropias del mantra de manera única al decirlo fielmente, hasta que llega a contener todo significado y todo sentimiento concebibles.

Cuando se le pregunta a la gente ‘¿cuál es el lenguaje sagrado del cristianismo?’, quedan confundidos. Conocemos el lenguaje sagrado de los hinduistas, de los judíos y de los musulmanes. Pero ¿el lenguaje sagrado cristiano? ¿Griego? ¿Arameo? ¿Latín?  Es, debe ser, el cuerpo; porque Dios se tradujo a sí mismo en el cuerpo del hijo de María. Era un cuerpo exactamente como el nuestro que creció de la infancia a la madurez, sintió cansancio, hambre, conoció el placer y el dolor, lloró y murió. En los Hechos Apócrifos de Juan, se describe a Jesús bailando en un círculo con sus discípulos luego de la Última Cena. Los invita a sumarse porque ‘si no bailan, no sabrán lo que nosotros sabemos’.

Como muchos otros, soy un bailarín renuente. Decimos, ‘no sé bailar’ ‘prefiero mirar’. Nuestra cohibición o nuestro miedo de lucir tontos bloquea la experiencia del cuerpo como el lenguaje encarnado de Dios. No podemos ver que pertenecemos, no mirando desde afuera, sino que somos convocados a unirnos al baile de la vida de la mejor forma que podamos, en nuestro modo único.

Trágicamente, buena parte del cristianismo a lo largo de los siglos ha propugnado exactamente lo contrario, una auto-alienación de nuestros cuerpos que nos impidió entrar al Cuerpo de Cristo. ‘Les tocamos la flauta y ustedes no han bailado’ (Mt 11:17). La culpa, el bochorno o la vergüenza nos impiden ver cuánto pertenecemos al baile de la vida que contiene toda forma concebible de danza - incluyendo la que parece complicar más a la Iglesia- las rutinas de danza de la sexualidad, de las cuales hay muchas. ¿Dónde nos muestra Jesús que le preocupa de alguna manera esta parte de la danza?

Nuestro cuerpo es una enciclopedia que contiene todo tipo de conocimiento. Los seres humanos somos un microcosmos del universo. El cuerpo humano se extiende tan ancho como el cosmos. Y por lo tanto, no podemos saberlo todo sobre sus misterios tal como no podemos conocer todas las maravillas y misterios del cosmos.

Pero, si una palabra alcanza para combinar todos los pensamientos y anhelos de nuestros corazones, también un solo cuerpo es suficiente para hacernos conscientes de nuestra unidad con la creación y con su fuente; con la Palabra que lo llamó a la existencia. La meditación hace que estas dos escalas, la inmensa y la diminuta, se encuentren. No puede ser analizada. No puede ser observada mientras sucede. Sabemos que es la danza divina a la que nos convoca el Cristo resucitado, como Jesús una vez invitó a sus amigos a que se le unieran.

Traducción: WCCM Uruguay

Categorías: