19 de agosto 2012

 

Un extracto de “Dearest Friends”, de Laurence Freeman OSB, publicado en el Boletín de Meditación Cristiana, vol. 35,  N°2 del mes de julio de 2011, pág. 5.

Estamos todos buscando algo. Algunos saben claramente qué es, o a lo sumo tienen una percepción consciente de que algo está faltando. Pero la mayoría de las veces y para muchos de nosotros, permanece un dolor sordo y un vago deseo que perdura a través de las buenos y malas épocas. “Mi alma no descansa, hasta que lo haga en Ti”, fue la expresión de San Agustín por este anhelo de plenitud, por la resurrección que trasciende el ciclo del nacimiento y la muerte del deseo. Visto de esta manera, este deseo es un regalo, no una aflicción, porque cuando es visto y reconocido, es el giro de la esquina espiritual.  Hoy en día, en una cultura condicionada por el consumismo desde temprana edad, este entendimiento del deseo debería estar en el corazón de toda educación religiosa.

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Las librerías están llenas de las últimas ediciones con consejos sobre autoayuda. Los bestsellers utilizan listas como buenas fronteras, manipulando la autocrítica, expresando tus sentimientos, desarrollando el equilibrio, afirmando el yo, la comida sana y el ejercicio diario. La mejor lista que conozco la encontramos en un libro que no está a la cabeza de las ventas, pero tampoco se ha dejado de editar desde hace 1500 años. En la Regla de San Benito, el capítulo cuatro habla de las Herramientas del Buen Trabajo, en setenta y cinco sentencias cortas en donde describe “herramientas del arte espiritual” que, cuando están seriamente utilizadas, conducen a la realización trascendental de las promesas de Cristo: “lo que el ojo no ha visto, ni el oído escuchado, es lo que Dios ha preparado para aquellos que lo aman.”

 

Las Herramientas comienzan con los Diez Mandamientos porque la vida moral es la fundación del paso contemplativo. Luego viene el trabajo corporal de la misericordia, el esfuerzo mínimo que se espera de nosotros para el bien de los demás. Luego el cuidado del corazón contra los pensamientos de ansiedad, venganza o decepción. Como San Benito  vivía en una comunidad, comprendió lo importante que es practicar el amor a los enemigos y cómo el autocontrol explícito, así como en nuestros hábitos físicos, facilita la práctica básica cristiana. La atención plena es facilitada si mantenemos siempre la muerte delante de nuestros ojos y promoviendo un nivel más profundo de paz y gozo. La tentación del egoísmo espiritual es también reconocida y manifestada en el mandato de Benedicto XVI de anhelar siempre la plenitud de la vida.

 

Estas herramientas de las buenas prácticas también son la meta para el cuidarse a sí mismo. Toda forma de cuidado es una energía de fe: quita la atención de los deseos y los sentimientos individuales y los transfiere a una bondad más elevada. Es por ello  un camino de trascendencia. Se extiende en el tiempo, el cual prueba su sinceridad y autenticidad. Es por ello un camino de transformación, porque somos cambiados a través de la perseverancia, en un acto de fe.

 

Todas las herramientas de San Benito, y el cuidado en sí mismo, están diseñados para liberar nuestra capacidad de amor. Repitiendo el mantra se unifican todas estas muchas formas de cuidado… las concentra en el nexo del corazón donde el amor de Dios entra…

 

Luego de la meditación: De “Great Day en the Morning” de Robert Morgan, de TERROIR (Penguin Poets, 2011), citado en el almanaque del escritor, Agosto 29 de 2011.

 

Mi padre, cuando estaba sorprendido

o súbitamente impresionado, diría bruscamente

“Gran Día por la mañana”, como si

una revelación lo hubiera sacudido.

La metáfora de su palabra podría parecer

proclamar algún gran evento aparecido

cercano, si no ya aquí:

un poderoso día o una luminosa edad

abriendo ampliamente sus puertas como un mundo

sobre un mundo revelado en sus maravillas

en la extática mañana, siempre nueva,

iniciándose cuando se apoderó el ahora.

 

Traducción de Isabel Arçapalo.