23 de setiembre 2012

Tomada de  “The Silence of the Soul” por Laurence Freeman, en THE TABLET Mayo 10, 1997

Una razón por la cual el silencio nos inquieta tanto es ésta: en el momento en que comenzamos a estar en silencio experimentamos la relatividad de nuestra mente común y corriente. Es con ella que medimos nuestras coordenadas en el tiempo y el espacio, calculamos probabilidades y contabilizamos nuestros errores y aciertos. Es un nivel de consciencia muy importante. Es un estado mental tan familiar que pensamos que eso es todo lo que somos, nuestro yo, nuestro significado real.

La vida, el amor y la muerte, con frecuencia nos enseñan que no es asi. Nos encontramos con el silencio en las vueltas inesperadas que da el camino de la vida, en formas impredecibles, en gente inesperada. Este encuentro es a la vez emocionante y nos admira y a la vez puede ser aterrador.

Nuestros pensamientos, miedos, fantasías, esperanzas, enojos y atracciones están subiendo y bajando momento a momento. Automáticamente nos identificamos con estos estados pasajeros o que regresan compulsivamente, sin pensar en lo que estamos pensando. Cuando el silencio nos enseña lo pasajeros que son éstos realmente, nos enfrentamos a la terrible pregunta de quién somos de verdad. Desde el silencio debemos luchar con la posibilidad aterradora de nuestra propia no-realidad.

El pensamiento budista hace de esta experiencia - la que llama anatman o "no-yo" - uno de los pilares centrales en el camino a la liberación del sufrimiento y uno de sus medios esenciales para obtener la iluminación. Al practicante budista se le alienta a encontrar este sentido de intrascendencia y en vez de huirle, zambullirse de lleno en él, tal como hicieran el Maestro Eckhart y los grandes místicos cristianos.

Anatman es por supuesto, la idea budista con la que la mayoría de la gente tiene problemas. Qué absurdo, qué terrible, qué sacrilegio es decir que no existo. De hecho, mucho del antagonismo cristiano hacia esta idea es infundado o fundado en interpretaciones equivocadas. No significa que no existimos, sino que no existimos con una independencia autónoma, que es la que al ego le encanta imaginar que tiene; la clase de fantasía de ser Dios, con la que la serpiente tentó a Eva. Es el problema con el que tropieza a veces la gente religiosa.

Yo no existo por mí mismo, porque Dios es el fundamento de mi ser. A la luz de esta revelación podemos leer a Jesús, en el Nuevo Testamento, con una percepción más profunda. "Si alguien quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga; el que pierda su vida por causa mía la asegurará" (Lucas 9:23-24). Si a través del silencio podemos abrazar esta verdad de anatman, haremos descubrimientos importantes sobre la naturaleza de la consciencia. Descubrimos que nuestra consciencia, el alma, es más que la maravillosa capacidad de computar, calcular y juzgar que es el cerebro. Somos más de lo que pensamos que somos. La meditación no consiste en lo que pensamos.

Después de la meditación: tomado de THE DHAMMAPADA, "El Camino", versos 276-279, editado por Anne Bancroft (Rockport, MA: Element, 1997), p. 81.

Tienes que hacer el esfuerzo, los guías sólo señalan hacia donde va el camino. Los que entran al camino y meditan, se libran de las amarras de la ilusión.

Todo está cambiando. Surge y desaparece. Aquél que se da cuenta de esto queda liberado de la tristeza. Este es el camino iluminado.

Existir es conocer el sufrimiento. Date cuenta de esto y libérate del sufrimiento. Este es el camino brillante.

No hay un yo separado que sufra. El que entienda esto está libre. Este es el camino de la claridad.

Traducido por Enrique Lavin