13 de enero 2013

Un extracto del libro de  John Main OSB, “Death and Resurrection,” MOMENT OF CHRIST (New York: Continuum, 1998), pp. 68-70.

Toda la tradición Cristiana nos dice… que si nos quisiéramos volver sabios tendríamos que aprender la lección de que aquí no tenemos “una ciudad permanente”… Pero la fantasía principal del mundo opera desde un punto de vista completamente opuesto… 

 

La sabiduría de nuestra tradición… es que la consciencia de nuestra debilidad física nos permite ver también nuestra propia fragilidad espiritual. Existe una consciencia profunda, tan profunda que permanece a veces enterrada por mucho tiempo, de que debemos hacer contacto con la plenitud de la vida y la fuente de la vida. Tenemos que hacer contacto con el poder de Dios y de alguna manera abrir nuestras propias “vasijas de barro” al amor eterno de Dios… 

La meditación nos da el poder de entender nuestra propia mortalidad. Es el camino que nos permite poner nuestra propia muerte en foco. Lo puede hacer porque es el camino que nos lleva más allá de nuestra propia mortalidad. Es el camino que trasciende nuestra muerte y nos lleva a la resurrección, a una vida nueva y eterna, la vida que surge de nuestra unión con Dios. La esencia del Evangelio Cristiano es que estamos invitados a esta experiencia ahora, hoy. Todos nosotros estamos invitados a la muerte, a morir a nuestra propia auto-importancia, a nuestro egoísmo, a nuestra limitación. Estamos invitados a morir a nuestra propia exclusividad. Y estamos invitados a todo esto porque Jesús murió antes que nosotros y resucitó de entre los muertos. Nuestra invitación a morir es igualmente una invitación a incorporarnos a una nueva vida, a ser comunidad, a la comunión, a una vida plena y sin miedo. Supongo que sería difícil estimar a qué le tiene más miedo la gente, si a la muerte o a la resurrección. Pero en la meditacion perdemos todos nuestros miedos porque nos damos cuenta que la muerte es la muerte al miedo y la resurrección es surgir a una vida nueva.

Cada vez que nos sentamos a meditar entramos en este eje de muerte y resurrección. Lo hacemos porque en la meditación vamos más allá de nuestra propia vida y de todas sus limitaciones y entramos en el misterio de Dios. Descubrimos, cada uno desde nuestra propia experiencia, que el misterio de Dios es el misterio del amor, amor infinito­, amor que echa fuera al temor. Esta es nuestra resurrección, nuestro surgir a la libertad plena que encontramos una vez que nuestra propia vida y muerte y resurrección están en foco. La meditación es el camino maravilloso que nos permite enfocar nuestra vida en la gran realidad que es Dios, la realidad eterna que encontramos en nuestro propio corazón. La disciplina de repetir el mantra, la disciplina de nuestro regreso diario, cada mañana y cada noche a la meditación, tiene un fin supremo: enfocarnos totalmente en Cristo, con una claridad de visión que nos permite vernos y ver a toda la realidad, tal como somos. Como dice San Pablo a los romanos:

“Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.”

 

Después de la Meditación: W.S. Merwin, “The String.” En THE RIVER SOUND (New York: Knoph, 1999), p. 133.

 

El Hilo

 

La noche, cuenta negra

con un hilo que la atraviesa

con el sonido del aliento.

 

Hay luces todavía

de hace mucho

cuando no se veían.

 

Por la mañana

me explicaron

que una que llamamos

 

lucero del alba

y lucero vespertino

son la misma.

 

Traducido por Enrique Lavin