17 de febrero 2013

Extracto del libro de Laurence Freeman OSB, JESUS THE TEACHER WITHIN (New York: Continuum, 2000), pp. 212-213. (Hay edición en castellano: Jesús, el maestro interior, Buenos Aires, Bonum, 2008).

En el Sermón de la Montaña Jesús identificó las preocupaciones materiales como la fuente principal de nuestra ansiedad. ¿Cómo podemos estar más cómodos y reducir el sufrimiento personal?
Esta es la mayor preocupación que nubla el momento presente y rompe el orden de nuestras prioridades.

Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mateo 6:25
 

Cuando Jesús nos dice que no nos preocupemos no está negando la realidad de los problemas diarios. Es la ansiedad la que nos pide abandonar, no la realidad. Aprender a no preocuparse es un trabajo duro… Sin embargo, a pesar de su desorden de déficit de atención, aún la mente moderna conserva su capacidad natural para permanecer en quietud y trascender sus fijaciones.
 

En la profundidad descubre su propia claridad donde se encuentra en paz, libre de la ansiedad. La mayoría de nosotros tenemos como media docena de ansiedades favoritas, las cuales saboreamos aún siendo un poco amargas. Nos daría miedo el no tenerlas. Jesús nos reta a trascender al miedo de dejar ir la ansiedad, que es el miedo que tenemos de la paz misma. La práctica de la meditación es una manera de aplicar su enseñanza sobre la oración y prueba, a través de la experiencia que la mente humana puede en realidad escoger no preocuparse. 
 

Eso no quiere decir que podemos simplemente poner la mente en blanco y deshacernos de los pensamientos a voluntad. En la meditación permanecemos distraídos y sin embargo, libres de distracción. Esto es porque, por menos que sea al principio, somos libres de escoger en dónde fijar nuestra atención. Gradualmente la disciplina de la práctica diaria refuerza esta libertad. Sería infantil imaginar que esto tiene lugar en un corto espacio de tiempo. Nos mantenemos distraídos mucho tiempo. Pronto nos acostumbramos a las distracciones como compañeras de viaje en el camino de la meditación. Pero no lo tiene que dominar. Escoger el decir el mantra fielmente y seguir regresando a él cada vez que las distracciones aparezcan, ejercita la libertad que tenemos de prestar atención.
 

No es una opción como cuando escogemos una marca determinada de un anaquel del supermercado. Es una opción a comprometernos. El camino del mantra es un acto de fe, no una manifestación del poder del ego. Incluida en cada acto de fe hay una declaración de amor. La fe prepara la tierra para que la semilla del mantra germine en amor. Nosotros no creamos el milagro de la vida y el amor por nosotros mismos, pero somos responsables de su desarrollo. Llegar a tener paz en el corazón y en la mente, en silencio, quietud y simplicidad, requiere no la voluntad de una persona de rendimiento superlativo sino la atención incondicional, la fidelidad sostenida de un discípulo.
 

Después de la meditación: Olivier Clement, ‘The roots of Christian Mysticism’ (London: New City Press, 1993), p. 172.

Una mujer que duerme puede permanecer impasible ante el rugido de la tormenta, sin embargo, se despertará por el suspiro de su bebé en el cuarto contiguo. Una persona que dormida es indiferente al ruido de la calle, escucha inmediatamente la ligera pisada de la persona amada. Aún más ligeros son los pasos de ‘Aquél que viene’. Pero el corazón despierta…

Traducido por Enrique Lavín