10 de marzo 2013

Extracto de Laurence Freeman OSB, “Letter Eleven,” WEB OF SILENCE (London: Darton, Longman, Todd, 1996), pp. 116-118.

De tiempo en tiempo, por la gracia y la fe y la simplicidad del mantra, podemos ser guiados a una profunda paz y ecuanimidad. 

 

Nuestra existencia consciente se vuelve armoniosa, reflejando desde lo profundo de nuestro ser la calma y alegría de la vida de Cristo resucitado. Cuerpo, alma y espíritu se unen en paz, como una pareja que después de mucho discutir regresa a la bondad y amor básicos de su relación. Por todo lo que le preocupa, la mente ve sus interminables monólogos interiores y ansiedades auto dramáticas desvanecerse repentinamente, y se ve maravillosamente en calma. Se silencia, asombrada ante su propia capacidad de quietud (tal vez sin percatarse que al pensar todavía no está quieta) y ante su capacidad de desprenderse de sus deseos y miedos compulsivos [….]

Por otro lado hay momentos — tal vez rápidos — en que salimos completamente de nosotros. No estamos dormidos. Pero tampoco despiertos en el sentido usual. Y comparado con esto, nuestro estado despierto es más como un sueño.  La claridad de consciencia que disfrutamos es porque el Yo que quiere disfrutarlo ha desaparecido.

‘Ya no vivo yo, sino Cristo vive en mi’ ¿Es San Pablo, el que describe este estado transpersonal que trasciende al ego, un Budista o un panteísta? ¿Quién es el yo que ya no vive? ¿Quién es el yo en que solo Cristo, la imagen perfecta del Dios invisible, vive? Estas son preguntas importantes y sin fin. Pero su importancia solo tiene lugar después del evento. Mientras dura este simple estado de unión estas preguntas, como todo pensamiento, se consumen por la presencia de ‘Aquél que realmente es’. Regresamos a la realidad ordinaria y recordamos el último pensamiento antes que sucediera nuestra experiencia - nuestra sed, nuestro sobregiro bancario, los problemas a los que se enfrentan nuestros hijos. Al poco tiempo estamos inmersos en nuestro mundo familiar de pensamientos. Dios se vuelve un fin que queremos alcanzar o entender, o una memoria que nos causa nostalgia más que el YO SOY de amor que inunda nuestro más profundo ser.

Los primeros monjes cristianos entendían bien estos estados pasajeros de la vida spiritual. Casiano escribió acerca del sueño letal de la oración cuando la mente disfruta una actividad calma con sentimientos apaciguados. Es una forma del sueño de Getsemaní de los apóstoles. Casiano describe también la ‘paz perniciosa’ una frase fuerte que se refiere a la calma emocional y mental a la que tratamos de aferrarnos cuando la detectamos. Ninguno de estos estados de éxtasis, sueño o consolación son el fin de la oración. Por más atractivos que sean, o dolorosa su pérdida, existe otro fin. Una condición de completa simplicidad que requiere de todo, como la Dama Juliana de Norwich lo indicó.

La pobreza de espíritu y la pureza de corazón. El estado combinado de las Bienaventuranzas. La vida en Cristo.  Son el estado en que la mente se une con el corazón, no solo por unos instantes sino permanentemente y sin vacilación. Como una vela prendida en el espacio sin viento. Como el hombre que construyó su casa sobre la roca del verdadero yo y no sobre las arenas del ego.

 

Después de la meditación: W.S. Merwin, “To Myself,” PRESENT COMPANY (Port Townsend, WA: Copper Canyon Press, 2005) p. 132.

Para Mí

 

Aun si te olvido

Te busco

Creo que te reconocería

Me sigo acordando de ti

A veces hace mucho pero

Otras estoy seguro que

Estabas aquí hace un momento

Y el aire está vivo

Por donde estabas y

Pienso entonces reconocer

Que eres siempre el mismo

Que pretende ser tiempo

Pero no eres tiempo y hablas

En palabras que no son

lo que dices pero no estás perdido

cuando no te encuentro

 

Traducido por Enrique Lavín