Miércoles de la 5ª semana de Cuaresma 2013

La sofisticación es una cualidad peligrosa y con frecuencia muy engañosa. Lo que parece sofisticado – refinado, sutil, inteligente, mundano – en realidad puede ser notablemente estúpido y naive.

La palabra sugiere sabiduría (sofía). Pero cuando se aplica a la escuela de filosofía sofista se asocia con ganar dinero para enseñar sabiduría y con complicar y adulterar la pureza de la verdad. Muchas de nuestras más importantes instituciones educativas de hoy, también son organizaciones muy sofisticadas y complejas. Tienen enormes presupuestos y son manejadas por una motivación financiera, pero ya no despiertan ni cultivan en sus estudiantes el amor a la verdad y al aprendizaje.

La religión sufre la misma suerte que la educación cuando se vuelve demasiado sofisticada. Las exquisiteces a la hora de la discusión teológica, la adoración farisaica de reglas, las formas despersonalizadas de adoración, reemplazan la verdadera espiritualidad.

En estos últimos días de Cuaresma, los pasajes de las escrituras nos adentran en esa conciencia de sí mismo que tenía Jesús, tan marcadamente no-sofisticada y tan genuinamente sabia.  Es esto lo que hizo de él un ser humano extraordinario y al mismo tiempo enfáticamente humano; por esto su experiencia tiene un significado tan universal y trans-cultural. Escuchamos con atención sus palabras y miramos maravillados  su vida y su muerte, no porque era un sofisticado y habilidoso orador sino por otras razones.

La sofisticación con frecuencia esconde una gran confusión y falta de confianza en uno mismo. Jesús es un maestro universal porque se conoce a sí mismo y es claro. Por eso trasmite la simplicidad y la autenticidad personal que va asociada a cualquier experiencia de la verdad. Personas así son conspicuas porque merecen confianza. Los sobre-sofisticados, por el contrario, son cínicos, no confían en nada. Los simples son guerreros cuya única arma es el amor. Por esa misma razón son vistos – y rechazados – por tontos y radicalmente peligrosos.

La meditación no es para gente sofisticada. Para aprender a meditar necesitamos confiarnos a la pura simplicidad de la verdad que se encuentra dentro de nuestra propia experiencia.  Es la integridad de esta experiencia propia lo que nos vitaliza, con mucha mas fuerza que sabias ideas o palabras de otras personas, y con mucha más profundidad que las habilidades mundanas.

Traducido por Maren Torheim 

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