Domingo de Ramos o de Pasión 2013

Sin pasión no hay compasión. Del mismo modo tiene que haber eros en la mezcla para que también haya ágape. Si no hay fuerza de atracción no hay nada que nos impulse hacia la trascendencia.

La pasión, sin embargo, puede desatarse de esta fórmula y volverse autónoma – solo servir su propio apetito e interés. Se transforma en una fuerza pícara en nuestra psique que causa devastación en el mundo a nuestro alrededor. Rebotamos salvajemente del deseo al agotamiento  antes de empezar a buscar otro objeto que desear. Cualquier adicción pronto nos enseña la miseria que esto implica. Cómo esto llega a suceder es una historia compleja. Pero el camino de salida es simple: déjate amar.

 Podría parecer que no necesitas pasión para dejarte amar. La pasión es toda sobre amar y buscar el objeto del deseo. Pero la Pasión de Jesús que comienza la Semana Santa, nos lleva a un punto de verdad más concentrada donde esta dualidad entre amar y ser amado, la fuente de todo egoísmo dualístico, se disuelve.

Con la disolución del egocentrismo se dispersa el karma. Las Escrituras examinan esto de manera colectiva y también personal. Es por esto que el relato que estamos empezando a volver a contar hoy es tan inagotable y universal.

Todos los sacerdotes cumplen sus tareas día a día, ofreciendo una y otra vez los mismos sacrificios que son totalmente incapaces de llevarse nuestros pecados. El, por otra parte, ha ofrecido un único sacrificio por los pecados, y luego ha tomado su lugar para siempre, a la derecha de Dios. (Heb 10:11).

Esa es una manera religiosa y bíblica de expresarlo.  El meollo, sin embargo, es universal: en Jesús, una repetición cíclica se parte y el karma se trasciende. Ya no necesitamos buscar medicación para “alivio temporario”. Esta medicina realmente efectúa una cura.

Deberíamos ser escépticos acerca de esta primera lectura.

Los evangelios, sin embargo, lo único que hacen es relatar un cuento humano y dejan librado a nosotros el darle sentido. Esto convierte el escepticismo en fe. Eso ocurre a medida que el cuento se convierte en nosotros.

Entonces se alejó de ellos, como a una pedrada de distancia, se arrodilló y rezó. “Padre,” dijo, “si tú lo deseas, quítame esta copa. Pero que se haga tu voluntad, y no la mía.” Entonces se le apareció un ángel, que vino del cielo para darle fuerza. En su angustia rezó aún con más fervor y su sudor cayó a la tierra como grandes gotas de sangre. (Lc 22:41ss)

Esto no es ningún cuento de hadas. A cualquier persona madura le resuena con su propia experiencia.  La soledad, la angustia, el miedo, los síntomas físicos, el inesperado ángel de la misericordia.  Pero en el corazón de todo esto está el amor que él sintió sosteniéndolo, que lo empoderó a amar a aquellos a quienes en ese instante, ni siquiera conocía conscientemente.

Traducido por Maren Torheim.

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