Jueves Santo 2013

Siempre amó a los que eran suyos en este mundo, pero ahora les mostró cuan perfecto era su amor. 

En la última cena ritual que Jesús compartió con sus amigos, se entregó con tanta pasión a ella, que se volvió la cena misma. Los símbolos del pan y el vino, frutos comunes de la tierra y componentes básicos de la comida local, se vuelven nutrición y celebración.

Cuando celebramos lo que nos nutre, expresamos un profundo y sentido agradecimiento con lo que es. No soñamos con nada que esté lejos de nuestro alcance ni proyectamos nuestras esperanzas de felicidad hacia el futuro. Y si vamos más allá para compartir con igualdad y equidad todo lo que tenemos, creamos la singular felicidad humana de la compañía verdadera. Es un sentimiento que a la vez se encarna y trasciende. En esa felicidad sentimos como la ansiedad del corazón humano trasciende, en una última e íntima afirmación de que estamos seguros en el amor de las personas con que estamos.

Conforme realizó el simple ritual que lo identificaba con su propio pueblo y cultura, el pan y el vino se convirtieron en todo lo que él sentía y en todo lo que era. ¿Que mas podemos decir a aquellos que amamos que ‘Te doy mi cuerpo y todo lo que significa acerca de quién soy para ti’? En esta transmisión de sí, en un ritual que se convierte en místicamente real a través de la intensidad focalizada de la plenitud de su corazón, lo local se vuelve universal. El evento limitado por un momento particular se desplaza hacia el presente eterno. Un sacramento.

Después de la primera ‘última cena’ los sucesores de los apóstoles continuaron la transmisión. La comida de ágape nació. En un acto recíproco de amor y compartir de sí mismo la comida comunitaria se volvió una repetición en tiempo real de esa transmisión de sí mismo que transfigura al tiempo en espacio. De alguna manera mas tarde se volvió una fuente de orgullo y división, un aferrarse a una identidad protegida mas que un compartir de sí mismo. Jesús le dio el pan a Judas. Más tarde se nos dijo que había que estar en un estado de gracia para recibirlo. La comida íntima se volvió un evento jerárquico. La medicina se volvió un placebo para aquellos que se creían sanos.

La meditación restaura el significado de esta cena que celebra lo que nos nutre. La presencia en la comida en el altar es la misma que la comida de la presencia en nuestro corazón. Lo interno y lo externo se vuelven uno. Somos sanados porque la presencia es real.

El alimento es la llave del significado de la Cruz.

 

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