19 de mayo 2013

Extracto de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends,” The World Community for Christian Meditation International Newsletter, Junio 18, 1999.

La oración profunda nos enseña lo que el ángel de la muerte enseña. Cuando el meditador encuentra la pobreza de espíritu, es como una experiencia de  muerte. Pobreza significa estar mirando fijamente un vacío cuyo significado se nos escapa al principio. Es la dolorosa toma de conciencia de que todo lo que habíamos soñado o todo lo que habíamos esperado que duraría por siempre trae consigo una fecha de expiración. Pobreza significa reconocer que no somos autosuficientes y que para existir dependemos de una realidad que no podemos nombrar.

Este descubrimiento hace que nuestra vida se vea cambiada, amenazada y se vuelva más frágil. Al principio está la náusea de la muerte, ese sentimiento terrible de pérdida y de privación por el cual pasamos cuando nuestras relaciones fracasan o nuestras expectativas no se cumplen o cuando la fidelidad se convierte en infidelidad. Este sentimiento es seguido por la tristeza del duelo, mezclada muchas veces con coraje o enojo con Dios, con la vida, con los que están muriendo o con la muerte, o con nuestro propio cuerpo por fallarnos. Matizando estos sentimientos está la amargura de la culpa o la vergüenza ante el hecho de que uno está muriendo, con la implicación de la terrible, poco bienvenida y desagradable presencia de la poco familiar muerte.

Toda separación levanta esa ansiedad primaria ante la traición, ante el sentirse abandonado a las fuerzas desnudas de la naturaleza. Pero conforme peleamos con este terrible ángel encontramos que no es un enemigo sino un amigo. Un mensajero del Dios de la vida, no de la muerte. Conforme nuestras complejas reacciones se van desarrollando sobrevienen momentos alegres de vuelo ilimitado en el vacío de espacio del Espíritu. Luego vemos que la nada es la totalidad de la potencia, una abundancia de vida que renace, un vacío que no debemos evitar.

A veces vemos esto en los ojos de alguien que está muy enfermo o muriendo. En la profundidad de su alma está siento testigo de un ejército de emociones que pelean, se enfrentan, retroceden y se enfrentan de nuevo. Hay momentos en que los ojos se llenan de una paz y una sabiduría tal que transmiten una bendición a los que les rodean. Aquellos a quienes vienes a consolar te consuelan. Aquellos que creíste serían objeto de tu compasión te regalan el descanso de relevarte de tus problemas.

Hay una manera de estar con una persona que está muriendo que evita la trampa de sentirnos incómodos e inútiles. Simplemente hay que ser compañía.

Entrar en contacto con nuestra propia mortalidad. Recordar que también nosotros estamos muriendo. Aprender de aquellos a los que estamos sirviendo. Por más recluida que sea la gente siempre valorarán tener compañía. El ser un compañero fiel y verdadero que no se recluye cuando siente que lo hacen a un lado es estar en el corazón de la verdadera compasión.

Es el fruto de estar a gusto con nosotros mismos. Acompañar al otro es vivir la verdad de que la soledad no es lo solitaria que tememos que es. Es la condición de ser simplemente la persona que Dios nos ha llamado a ser: una persona que en su naturaleza más profunda es amada y es capaz de dar amor.

El arte del acompañamiento humano se desarrolla en la oración profunda. Meditar con otra persona es encontrar una intimidad y una amistad espiritual en el silencio que es inexplicable a otros niveles de relación. Las barreras del miedo y la formalidad se caen cuando el trabajo del silencio interior se comparte.

Hay momentos que para estar verdaderamente presentes a los moribundos depende de que nos sobrepongamos a nuestra consciencia y nuestro estar centrados en nosotros mismos. Trascender esto significa buscar esa elusiva falta de poder en nuestro propio ser que evitamos y de la que instintivamente nos alejamos. Nos puede gustar ver esta 'pobreza de espíritu' desde una distancia segura y así hacer cita con ella para una fecha posterior. Nos gusta leer sobre ella y escuchar a otra gente describirla. Pero todo reside en cuándo decidimos cruzar la frontera de la pobreza en persona, desde la tierra de la ilusión al reino de la realidad. Cuando hacemos eso, probamos los frutos del reino de Dios en esta vida.

 

Después de la meditación: un extracto de KABIR: Ecstatic Poems: Versions by Robert Bly (Boston: Beacon Press, 2004), p. 43.

 

Mientras que un ser humano se preocupe de cuándo morirá,

y de lo que posee que es suyo, todos sus trabajos son cero.

Cuando el afecto por el yo-creatura y por lo que le pertenece ha muerto,

entonces el trabajo del Maestro ha terminado.

 

Traducido por Enrique Lavin