16 de junio 2013

Un extracto de John Main OSB, “Dejando ir” - “Letting Go,” -  JOHN MAIN: ESSENTIAL WRITINGS, Modern Spiritual Masters Series (Maryknoll, NY: Orbis, 2002), p. 127.

 

Una de las cosas más difíciles para la mente occidental es entender que al meditar no tratamos de hacer que pasen cosas.

Pero estamos tan atados a la mentalidad de técnicas y producción que inevitablemente pensamos que estamos tratando de organizar un evento, un suceso. De acuerdo con nuestra imaginación o predisposición, podemos tener diferentes ideas de lo que va a pasar. Para algunos son visiones, voces o destellos de luz. Para otros, profundas inspiraciones y comprensión, para otros, mejor control sobre su vida diaria y sus problemas.

Sin embargo, lo primero que hay que entender es que la meditación no tiene nada que ver con el hacer que algo suceda. El objetivo básico de la meditación es simplemente lo contrario, aprender a estar consciente de lo que es. El gran reto de la meditación es el aprender directamente de la realidad que nos sustenta.

El primer paso hacia esto – y estamos invitados a hacerlo – es entrar en contacto con nuestro propio espíritu. Este contacto significa descubrir la armonía de nuestro ser, nuestro potencial para crecer, nuestra plenitud - todo lo que el Nuevo Testamento y Jesús mismo llaman ‘la plenitud de vida’.

Tan seguido vivimos la vida solamente a un cinco por ciento de nuestro potencial. Pero por supuesto, no hay medida para nuestro potencial; la tradición cristiana nos dice que es infinito. Si sólo nos volteamos de nuestro yo hacia el otro, nuestra expansión de espíritu se vuelve sin límites. Nos cambia totalmente; es lo que el Nuevo testamento llama conversión. Estamos invitados a soltar las amarras de la limitación, a ser liberados de ser prisioneros de nuestros egos limitantes. La conversión es precisamente esta liberación y expansión que surgen cuando nos volteamos de nosotros hacia el Dios infinito. Es también aprender a amar a Dios, así como al volvernos hacia Dios aprendemos a amarnos unos a otros. Al amar nos vemos enriquecidos sin límite. Aprendemos a vivir de la inmensa riqueza de Dios.

 

Después de la meditación: “Encontrando un maestro” - “Finding a Teacher,” W. S. Merwin, MIGRATION: NEW AND SELECTED POEMS (Port Townsend, WA: Copper Canyon Press, 2005), pp. 206-207

 

En el bosque encontré un viejo amigo que pescaba

y le hice una pregunta

y me dijo Espera

había peces en lo profundo del arroyo

pero su línea no se movía

pero esperé

era una pregunta acerca del sol

acerca de mis dos ojos

mis orejas mi boca

mi corazón la tierra y sus cuatro estaciones

mis pies y donde estaba parado

a dónde iba

se resbaló de mi mano

como si fuera agua

hacia el arroyo

pasó bajo los árboles

se hundió bajo los botes lejanos

y se fue sin mí

entonces donde estaba cayó la noche

ya no sabía qué preguntar

me di cuenta que su línea no tenía anzuelo

y entendí que debía quedarme a comer con él.

 

Traducido por Enrique Lavin