28 de julio 201 3

Un extracto del libro de John Main “THE HEART OF CREATION” (London: Canterbury, 2007), pp, 9-11.

 

Para aprender a meditar debemos aprender a ser humildes. ¿Qué significa ser humilde? Significa comenzar a darse cuenta que existe una realidad que se encuentra más allá de nosotros mismos, que nos trasciende y nos contiene.

La humildad es simplemente aprender a encontrar nuestro lugar dentro de una realidad mayor… aprender a vivir en nuestro lugar.

Lo primero que debemos comprender es que ya estamos en nuestro propio lugar. Para ser conscientes de toda la realidad, debemos primero ser conscientes de nuestra propia realidad. Es en la quietud de la meditación, en la quietud del cuerpo y el espíritu, que se nos revela la unidad del cuerpo y el espíritu, y entramos en la experiencia de saber quiénes somos en realidad. Llegamos a darnos cuenta de esto con absoluta claridad y absoluta certeza. Tan solo entonces nos encontraremos prontos para el próximo paso que nos llevará más allá de nosotros mismos. La tragedia del egoísta es que el egoísta no sabe cuál es su lugar. El egoísta piensa que él se encuentra en el centro de todo y ve todo… tan solo en relación a sí mismo.

La meditación y el retornar a ella día a día es como crear un camino hacia la realidad. Una vez que conocemos nuestro lugar, comenzamos a verlo todo con una nueva luz porque hemos llegado a ser lo que verdaderamente somos. Y al llegar a ser lo que verdaderamente somos podremos ver todo como es y ver a los otros como verdaderamente son. La maravilla de la meditación es que comenzamos a ver a Dios como Dios es. La meditación es por lo tanto un camino hacia la estabilidad. Aprendemos con la práctica y aprendemos de la experiencia a sentirnos enraizados en nuestro ser esencial. Aprendemos que estar enraizados en nuestro ser esencial es estar enraizados en Dios, el autor y principio de toda realidad.  Y no es poca cosa entrar en la realidad, llegar a ser verdaderos, llegar a ser quienes somos, porque en esa experiencia nos liberamos de todas las imágenes que nos molestan constantemente. No debemos ser una imagen de alguien que no somos, simplemente debemos ser la persona que verdaderamente somos.

La meditación es practicada en soledad pero es una muy buena manera para aprender a relacionarnos con los otros. La razón de esta paradoja es que habiéndonos contactado con nuestra propia realidad, logramos la confianza existencial para acercarnos a los otros, logramos un encuentro con ellos en su verdadero nivel.  Por ello, el elemento de soledad en la meditación se torna el misterioso y verdadero antídoto para la soledad. Y al habernos contactado con la realidad, ya no nos sentimos amenazados por los otros. No continuamos buscando afirmarnos. Hacemos una búsqueda de amor al mirar la realidad del otro.

La meditación es demandante. Debemos aprender a meditar nos guste o no, ya sea que llueva o nieve o brille el sol o veamos algo interesante en la televisión. En la visión cristiana de la meditación encontramos la realidad de la gran paradoja en las enseñanzas de Jesús. Si queremos encontrar nuestra vida debemos estar preparados a perderla.  En meditación eso es lo que exactamente hacemos. Nos encontramos porque estamos preparados a abandonarnos, a lanzarnos a lo más profundo… la profundidad de Dios.

Después de la meditación: Un extracto del Katha Upanishad  3, 1-2 en los UPANISHADS traducidos al inglés por E. Easwaran (Tomales, CA: Nilgiri Press, 1995), p. 88.

En lo más profundo del corazón, se encuentran dos

que son fuente de vida. El ego que separa

bebe lo dulce y lo amargo,

gustando lo dulce y rechazando lo amargo,

en cambio el Ser supremo bebe lo dulce y lo amargo

sin gustar ni rechazar.

El ego camina a tientas en la oscuridad, en tanto que el Ser

vive en la luz. Esto declaran los sabios iluminados

y todas aquellas personas que adoran

el fuego sagrado en nombre del Señor.

¡Que podamos encender el fuego de Nachiketa

Que destruye el ego y nos posibilita

pasar de la temible fragmentación

hacia la intrépida plenitud del Todo inmutable!

 

 Traducido por Teresa Decker