11 de agosto 2013

Un extracto de “Frequent Flyer” de Laurence Freeman OSB, The Tablet, 10 de agosto 2004.

 

En una tarde de agobiante calor seco en la Toscana, el ómnibus dejó a un grupo de personas de varios continentes bastante lejos del convento donde harían un retiro, debían continuar caminando cuidadosamente por una cuesta empinada hacia el convento donde se encontraba la casa de huéspedes. El sendero es una parábola, hecho de ladrillos antiguos de terracota, muchos de ellos faltantes o reemplazados por nuevos.

Aunque debían cuidarse al caminar por ese sendero irregular, podían ver el panorama de valle arbolado y respirar el perfume acre de la retama. Estaban también preocupados por sus valijas, y pensando cómo serían sus habitaciones y cómo sería la comida. Pero ya quedaron atrás Londres, Houston, Singapur y Ginebra, y para su sorpresa comienzan a sentirse en casa. Han llegado.

He observado esto por 15 años, las reacciones de las personas que vienen por primera vez al retiro de silencio anual de meditación cristiana en Monte Oliveto Maggiore, casa matriz de la Congregación Benedictina de Oliveto. La absoluta belleza física del lugar, al sur de Siena, es perturbadora al principio, es como encontrarse frente a una bellísima persona.  La paz y seguridad del lugar y estar entre los monjes vestidos con hábitos blancos sintiéndose como en casa, produce asombro a medida que nos vamos acostumbrando a ello. No hay muchos lugares en el mundo moderno donde podemos encontrar un sentido de estabilidad, armonía y hospitalidad.  Nuestro primer pensamiento es que siendo un hogar para otros, podríamos estar condenados a sentirnos extranjeros. Pero parece ser uno de esos raros lugares que tienen la gracia de hacer que todos nos sintamos en casa, lo que significa que podemos abandonarnos, ser nosotros mismos y, recordar quiénes somos verdaderamente.

En esta era de fundamentalismo religioso es iluminador encontrar un entorno profundamente religioso que recibe bien a personas de diversos puntos de vista y culturas. Que no hace hincapié en diferencias ni aplica rótulos de aprobación o exclusión. Que tampoco juzga con severidad ni condena o absuelve en el nombre de Cristo, Allah o Yahweh. Creo que es la unión del cuerpo con la mente, en un entorno de belleza natural, la extraordinaria amistad encontrada en contemplación con extraños, el estar juntos en una corriente viva de tradición que no ha sido encerrada y que por ello no se encuentra estancada, lo que hace que la gente se sienta en casa.

Dios, como lo expresó valientemente Elredo de Rievaulx, no es tan solo amor; Dios es amistad, con uno mismo, con los demás y con el entorno. Aquellos que no conocen la amistad no saben nada de Dios – incluso y especialmente en la más despiadada certeza de un fundamentalista religioso que defiende a Dios contra sus enemigos. La ansiedad huérfana que caracteriza a nuestra fragmentada sociedad, ha engendrado un instinto contemplativo más profundo que el fundamentalismo. En un lugar como este, el instinto de sentirse en casa con Dios intensifica entre los humanos la calidez, tolerancia, hospitalidad y una religión apacible. Es parte de la búsqueda espiritual de nuestro tiempo anhelar tal sentimiento de conexión y confianza mutua en una religión que no divide, sino que nutre. Y tal vez este inclusivo sentido católico de sentirnos en casa con lo diferente… es el significado de la verdadera presencia.

Cuando Bernardo Tolomeo, un rico noble de Siena, llegó aquí en busca de Dios hace unos 700 años atrás, abandonó un hogar confortable por algo que en ese entonces era un peligroso lugar solitario. El vivió orando en soledad y cuando otras personas se unieron a él, adoptaron la Regla de San Benito. Santa Catalina de Siena (podríamos pensar de ella como la Joan Chittister de su tiempo), lo regañó a él, a obispos y a otros religiosos por su tibieza y por aceptar demasiados monjes de familias ricas para agrandar así su base de vocación… y cuando la plaga cayó sobre Siena abandonó su hogar de contemplación y volvió a su vieja ciudad para dedicarse a cuidar de los moribundos, donde muy pronto enfermó y murió. El ciclo de su jornada muestra que el sentido pacífico de sentirse en casa, no se restringe a un lugar y que si nosotros también nos abandonamos, nos sentiremos en casa. Si te sientes realmente en casa con tu centro en Dios, te sentirás en casa, en paz y compasión, en cualquier lugar.

Traducido por Teresa Decker

Después de la meditación: por D.H. Lawrence, Public domain (Dominio público)

PAX

Todo lo que importa es ser uno con el Dios vivo

Ser una creatura en la casa del Dios de la Vida

Como un gato que duerme en una silla,

Con paz, en paz

Y en unidad con el dueño de la casa, con la dueña en casa,

En la casa de los vivos,

Durmiendo en el hogar y bostezando frente al fuego,

Durmiendo en el hogar del mundo viviente,

Bostezando en casa ante el fuego de la vida

Sintiendo la presencia del Dios vivo

Como una gran certeza

Una calma profunda en el corazón

Una presencia

Como de un maestro sentado a bordo

De su propio y más grande ser,

En la casa de la vida.

 

Traducido por Enrique Lavin