13 de abril 2014

PHOTO: LAURENCE FREEMAN

De John Main OSB, “The Oceans of God” –“Los Océanos de Dios” (December 1982), THE PRESENT CHRIST (New York: Crossroad, 1991), pp. 111-112, 116-117.
 
La dificultad más grande es comenzar, dar el primer paso, lanzarnos hacia la profundidad de la realidad de Dios tal como la revelo Cristo. Una vez que hemos dejado la orilla de nuestro propio ser entramos pronto en las corrientes de la realidad que nos dan dirección e impulso. Mientras más quietos y atentos estamos, respondemos a estas corrientes con mayor sensibilidad. Y así, nuestra fe se vuelve más absoluta y verdaderamente espiritual.
 
A través de la quietud del espíritu nos movemos hacia el océano de Dios. Si tenemos el valor de despegarnos de la orilla, no podemos dejar de encontrar esta dirección y energía. Mientras más afuera nos movamos más fuerte será la corriente y más profunda nuestra fe. Por un momento la profundidad de nuestra fe se ve retada por la paradoja de que el horizonte de nuestro destino siempre se aleja. ¿A dónde vamos con esta fe más profunda? Entonces, poco a poco reconocemos el significado de la corriente que nos guía y vemos que el océano es infinito.
 
Dejar la orilla es el primer gran reto, pero es necesario para poder enfrentarnos al reto. Aunque los retos se pueden volver mayores después, estamos ciertos de que se nos dará lo que necesitamos para enfrentarlos. Empezamos diciendo el mantra. Decir el mantra es siempre el principio, es regresar al primer paso.  Con el tiempo aprendemos que solo hay un paso entre Dios y nosotros…Cristo ya lo tomó él mismo. Él mismo es este paso…El único modo de conocer a Cristo es entrar a su misterio personal, dejando ideas y palabras atrás. Las dejamos atrás de manera de entrar al silencio del amor y del conocimiento total a donde la meditacion nos conduce a cada uno de nosotros.
 
Después de la Meditación: un extracto de Theodore Roethke, “The Far Field,” COLLECTED POEMS (New York: Doubleday, 1961), p. 200. “ El campo lejano”
 
Aprendí a no temer al infinito
Al campo lejano, los riscos borrascosos del por siempre,
El morir del tiempo en la blanca luz de mañana,
La rueda girando lejos de si misma
La extensión de la ola,
El agua que se deja venir.
 
Traducción Enrique Lavin