4 de mayo 2014

PHOTO: LAURENCE FREEMAN

Extracto de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends”, The World Community for Christian Meditation International Newsletter, Junio 18, 1999

La oración profunda nos enseña lo que el ángel de la muerte nos enseña. Cuando el meditador encuentra la pobreza de espíritu, tiene una experiencia similar a la de la muerte. Pobreza significa mirar fijamente hacia un vacío cuyo significado al principio nos elude. Es la dolorosa concientización de que todo lo que soñamos o esperamos que duraría para siempre tienen una fecha oculta de caducidad. Pobreza significa reconocer que no somos autosuficientes, que dependemos de una realidad que no podemos nombrar por nuestra propia existencia.

Conforme luchamos con este ángel terrible nos damos cuenta que nos es un enemigo sino un amigo. Un mensajero del Dios de la vida, no de la muerte. Conforme van apareciendo poco a poco nuestras complejas reacciones hacia el  mensajero, tenemos momentos de alegría en que remontamos a las alturas en el espacio vacío que es el Espíritu. Entonces vemos al vacío lleno de potencia, una abundancia de vida que surge, un vacío que no debe ser evadido.

Algunas veces vemos esto en los ojos de un enfermo o un moribundo. En la profundidad de su alma están atestiguando los ejércitos de emociones chocar y retirarse para volver a chocar otra vez. Pero llegan algunos momentos en que los ojos están llenos de paz y sabiduría que le dan una bendición a todo el que los ve. Aquellos a quienes vienes a consolar te consuelan. Aquellos que pensaste serían objeto de tu compasión le dan la vuelta a la charola y eres tú a quien las cargas de la vida les son aligeradas por ellos.

Hay una forma de estar con un moribundo que elude la trampa de sentirse incómodo e inútil. Es ser sencillamente ser un acompañante. Estar en contacto con nuestra propia mortalidad. Es recordar que también nosotros estamos muriendo. Aprender de aquellos a quienes estamos sirviendo. Sin importar que tan retraída se vuelva una persona, siempre valorará la compañía. Ser un compañero auténtico y fiel, sin retraerse cuando el otro se retrae es lo que está en el corazón de la compasión. Es el fruto de sentirse a gusto con uno mismo. Acompañar a otro es vivir la verdad de que la soledad no es el aislamiento que tememos al principio. Es simplemente la condición de ser la persona que Dios quiere que seamos al llamarnos a la existencia: una persona quien en lo más profundo de su ser es amado y capaz de devolver amor.

El arte del acompañamiento humano se desarrolla en la oración profunda. El meditar con otra persona es encontrar una intimidad y amistad espiritual en el silencio que resulta inexplicable en cualquier otro nivel de relación. Las barreras de miedo o formalidad se derrumban cuando el trabajo de silencio interior es compartido. Estar verdaderamente presentes con los moribundos depende de sobreponernos a nuestra propia auto-conciencia y egocentrismo. Sobreponerse significa buscar esta impotencia que instintivamente tratamos de evitar y de la cual nos alejamos. Nos puede gustar ver esta “pobreza de espíritu” desde una sana distancia y hacer una cita con ella para otro día. Nos gusta leer sobre ella y dejar que otra gente la describa.

Por todo depende de cuando decidamos cruzar la garita de la pobreza personalmente, desde la tierra de la ilusión hacia el reino de la realidad. Cuando probemos las alegrías del reino de Dios en esta vida.

Después de la meditación: Un extracto de KABIR: Ecstatic Poems: Versiones by Robert Bly

Mientras el ser humano se siga preocupando cuando morirá,

Y que es lo que tiene que es suyo,

Todo su trabajo es cero.

Cuando el afecto por el Yo-creatura y sus posesiones estén

Muertos, entonces el trabajo del Maestro se terminó

Carla Cooper en Cmcooper@gvtc.com