1 de marzo 2015

PHOTO: LAURENCE FREEMAN

De John Main OSB, “Preparando el dar a luz”-“Preparing for Birth,” THE PRESENT CHRIST (New York: Crossroad, 1991), pp. 39-40.
  

Uno de los miedos que encuentro seguido en las personas que empiezan a meditar como un peregrinaje diario es que el viaje a su propio corazón, a este espacio infinito, los puede hacer sentirse aislados, lejos de la comodidad y familiaridad de lo conocido al entrar en lo desconocido. Este miedo inicial es entendible. Dejar atrás lo superficial es a lo que nos referimos por dejar atrás lo familiar y esto puede crear un sentido de vacío conforme nos vemos expuestos a una mayor profundidad y una realidad más substancial. Lleva tiempo ajustarnos a esta nueva manera de pertenecer, esta nueva manera de relacionarnos que parece que re arregla nuestras relaciones en un nuevo orden. Nuestra llegada a casa podría parecer una carencia de casa.
 

Con el tiempo nos damos cuenta que en esta nueva experiencia de inocencia, de gozo en el regalo de la vida, estamos dejando nuestra infancia atrás y entrando en la madurez plena que Jesus disfruta en su Padre, la plenitud de su amor que acogemos y que se expande dentro de nuestros corazones en el Espíritu. No es solamente ahora, al comienzo de nuestro peregrinaje, que necesitamos el amor humano y la inspiración de otros. Pero es ahora, que nos encontramos con este horizonte poco familiar y amplio que necesitamos especialmente el estar empoderados por la comunidad con los otros. Nuestra apertura hacia ellos expande nuestra sensibilidad a la vez, hacia sus necesidades. Y conforme el mantra nos conduce cada vez más lejos de estar auto centrados, nos volteamos con mayor generosidad hacia el otro y recibimos su apoyo en cambio. De hecho, nuestro amor por los otros es la única manera verdaderamente cristiana de medir nuestro progreso en el peregrinaje de la oración. 

…El compromiso que este viaje requiere de nosotros al principio no nos es familiar. Se necesita fe y tal vez ser un poco aventurados para iniciar. Pero una vez que hemos iniciado, es la naturaleza de Dios, la naturaleza del amor de llevarnos junto con ellos, enseñándonos por experiencia que nuestro compromiso es con la realidad, que nuestra disciplina es el trampolín a la libertad. El miedo de que el peregrinaje sea “separarnos” más que “acercarnos” sólo se disipa por la experiencia. Este es un viaje donde ultimadamente solamente cuenta la experiencia. Lo que otros han dicho o escrito solamente puede añadir un poco de luz a la totalmente actual, totalmente presente y totalmente personal realidad que vive en tu corazón y mi corazón. 
  
Después de la meditación: Martin Laird,  Hacia la tierra del silencio - INTO THE SILENT LAND: The Practice of Contemplation (London: Darton, Longman + Todd, 2006), p. 116.
El silencio es vivo, dinámico y liberador. La práctica del silencio nutre la vigilancia, el auto conocimiento y el abrazo compasivo sin lo cual condenaríamos muy rápido. Gradualmente nos damos cuenta que hay algo dentro de nosotros que se da cuenta de los juegos mentales que jugamos y que se encuentra libre de jugar estos juegos, y que es totalmente silente, puro, vasto y libre. Cuando nos damos cuenta que somos la consciencia y no el drama que se desenvuelve en nuestra consciencia, nuestras vidas se vuelven más libres, más simples, más compasivas. El miedo nos sigue asustando pero no le tenemos miedo. El dolor nos duele todavía, pero no nos lastima.

Traducido por Enrique Lavin